En tierra de nadie

En «A.K.A.», acaparadora de premios, se nota el producto teatral y se advierte algo de lo que podría haber sido una experiencia de otro corte

«A.K.A.» el exitoso monólogo de Daniel J. Meyer ABC

Alfonso Crespo

En «A.K.A.», acaparadora de premios, se nota el producto teatral —medido y bien dosificado, una auténtica plantilla exportable— y se advierte algo de lo que podría haber sido una experiencia de otro corte, como cuando Gus Van Sant se introdujo en el universo de los jóvenes con monopatín en la ya lejana «Paranoid Park» ; nos referimos a la posibilidad de un viaje más sensorial que intelectual y, sobre todo, sin mensaje ni moral, sin anteojeras ni prejuicios. Y es que los jóvenes, o son una incógnita o son maleables, y en este último caso sirven un poco para casi todo, se adaptan a cualquier premisa y siempre ofrecen los resultados deseados.

Aquí, en la historia del adolescente adoptado cuya identidad árabe se redimensiona y cobra importancia cuando menos lo esperaba, a partir de un caso de acusación falsa por violación, todo recae en un único protagonista, en un único cuerpo, que evoluciona y se adapta a los múltiples escenarios —con admirable soltura, todo hay que decirlo; esa elasticidad escénica resulta lo más interesante de la obra—, que se expone y «se pone en escena». Es decir, que acontece y al mismo tiempo se cuenta a sí mismo, nos explica —en constantes e innumerables apartes en busca de nuestra comprensión y aquiescencia— todo lo que siente y padece, como si la adolescencia pudiera someterse a autopsia sin que al momento nos asaltara la necesaria evidencia de su fallecimiento.

Queremos con esto precisar que « A.K.A.» juega a una indefinición resultona que se sostiene gracias a la frescura de Lluís Febrer, a su ir y venir a la caza de la atención del espectador, hasta que, inevitablemente, «el caso», o sea, la sociología, la página de periódico, el escándalo mediático, irrumpe y se pone demasiado seria, se convierte en una Obra, y de ahí los problemas: el principal, la escalada de acontecimientos, la multiplicación de peripecias y escenarios que caen sobre la espalda del solitario intérprete que radia en directo, como un vulgar locutor, todo lo que deberíamos imaginar. No hay cuerpo que aguante eso, más cuando el espectador, en un determinado momento, puede intuir sin demasiadas complicaciones lo que se le viene encima.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación