Teatro en Sevilla

Crítica de «Pedro Páramo»: aburrida maestría

La célebre obra de Juan Rulfo se representa sobre las tablas del Teatro Central con una versión de Pau Miró dirigida por Mario Gas

Una escena de «Pedro Páramo» en el Teatro Central de Sevilla ABC

Alfonso Crespo

Llevar el realismo mágico literario a las artes escénicas y audiovisuales siempre ha supuesto quebraderos de cabeza. Uno, secretamente, respiró aliviado de que la prodigiosa dupla de cineastas portugueses que formaron António Reis y Margarida Cordeiro nunca llegara a filmar «Pedro Páramo» , pues el cine ya momifica lo real con su proceder mecánico y por lo tanto no necesita que los muertos se vanaglorien demasiado de su condición de espectros enlatados .

De esta adaptación teatral de Pau Miró y Mario Gas poco puede decirse además de que es perfecta y esforzadísima, un trabajo sutil y completo. Vicky Peña y Pablo Derqui , excelentes, impecables, sin tacha alguna, se desdoblan y multiplican encarnando a la pléyade de inolvidables protagonistas de este drama familiar de postrimerías , respondiendo con su repertorio de reflejos a una obra exigente, donde entre escenas —o incluso en el mismo segmento espacio-temporal— puede producirse un viraje, un escalón hacia arriba o hacia abajo dentro de la misteriosa estructura en abismo, que es preciso asumir desde la palabra, el gesto y la corporalidad.

Que esta excelencia por parte de autores e intérpretes resulte en una experiencia que se atraganta, que se enrosca hasta el sopor, tiene que ver, me parece, con la obligación, llegado el momento —el precio del adaptador fidedigno y no de ese otro que admira pero profanando el legado, el cadáver—, de encabalgar el decir en el mostrar. En el fondo, después de unas primeras escenas ágiles que se aprovechan del humus que el público lector mantiene de esta historia circular y fantasmagórica , se cortocircuita la confianza; como si para mantener la atención suficiente en el espectador y que éste se pueda guiar en la maraña genealógica que extiende «Pedro Páramo» los cuerpos debieran narrar además de actuar.

Pero todo lo que este discurso indirecto ayuda a aclarar el panorama cuando las micro-escenas se empiezan a acumular sobre la esforzada dupla se lo va restando a la frescura y al ensueño con los que el teatro debe arropar sus traducciones de la literatura.

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