Literatura
Sevilla en los libros, una ciudad de papel
Cuando las calles vuelven a recuperar el pulso tras el confinamiento y muchos negocios siguen cerrados, nos queda la literatura para entrar en todas partes
![Portadas de algunos libros donde aparece Sevilla](https://s1.abcstatics.com/media/cultura/2020/03/26/s/portada-si-kZPF--1248x698@abc.jpg)
Como el continente infinito del Oeste al cine de los años 70 y las barras oscuras de los antros con «babys» y whisky al blues, Sevilla, a la literatura, le ha dado siglos de escenarios, expresiones y estéticas. De texturas de una ciudad a la que le han escrito y piropeado las plumas más excelsas de dentro y de fuera . Los grandes y los pequeños, los mastodontes, los sensibles, los creadores de óperas, los románticos de los adoquines de aquí y también los de las maldiciones londinenses, los fantásticos y realistas, los paisajistas en prosa. Todos. Byron, Bécquer, Borges, Dumas, Chaves Nogales, Luis Cernuda, Cervantes, Chesterton. Escultores de un paraíso que habita en la ficción, incluso en el olvido.
En el libro «Sevilla, sin mapa», el periodista y escritor Fernando Iwasaki nos deja una guía de referencia para que estos días que no debemos ir a la calle sí podamos salir a buscar la ciudad vacía en los libros. Él reunió a través de sus artículos y en esta publicación algunos de los autores extranjeros más destacados que han rociado sus palabras por estas avenidas solitarias que hoy se callan ante el grito aterrador de las sirenas. Aventureros que con su visión de forasteros se toparon con este territorio a menudo exótico y en el fondo desconocido. A ellos es de justicia añadirles los que captaron la esencia desde el interior de sus paredes. Un legado, sin duda, inabarcable para unos ojos tal vez cansados de esperar a los relojes. A que todo pase de una vez entre cúmulos de hojas apiladas, teletrabajo y ruidos multidireccionales que nos acosan para mantenernos entretenidos.
El británico John Milton, en «El paraíso perdido», escribió que «la mente es su propio lugar, y en sí misma puede hacer un cielo de infierno, o un infierno de cielo» . Que las páginas nos acompañen a todos para alcanzar un estadio más parecido a lo segundo. Leer es naufragar por convicción y nosotros solo elegimos el mar al que arrojarnos.
Viajeros y cronistas
De los textos que refresca Iwasaki conviene rescatar algunos. Por ejemplo, las «Cartas del fervor» , dirigidas a Maurice Abramowicz y Jacobo Sureda, de Jorge Luis Borges . En ellas, fechadas entre 1919 y 1928, el argentino comenta episodios vividos en la ciudad, críticas y reflexiones tan ácidas, cristalinas e hilarantes que nos llevan de la mano a terrazas que beben del río, retratos casi caricaturescos de personajes de la época y recodos donde a todos nos gustaría estar estas semanas. «He vaciado copas, inspeccionado bailes de prostitutas, comido churros , jugado e incluso ganado a la ruleta, y anteayer por la noche he visto el amanecer que se abría en una tormenta de luz sobre el Guadalquivir y transformaba los vidrios del pequeño café donde estábamos en raras y espléndidas vidrieras de púrpura y azul pálido». Quién no conoce ese espejo.
«Gazpacho» , una obra rara de William George Clark que está disponible en lengua inglesa en la Biblioteca Virtual de Andalucía y nos narra un verano en 1849 a base de sensaciones tanto de monumentos como de delicias gastronómicas; «De París a Cádiz, impresiones de viaje» , de Alexandre Dumas y su testimonio de las hambrunas y de lo mal que se comía en el siglo XIX en este país limítrofe al suyo; y las «Juergas en Sevilla» , aliñadas de flamenco, del peruano Félix del Valle son algunas de las lecturas que rescata.
Aunque hay más: «Aguafuertes españolas» , de Roberto Arlt; el lirismo en los jardines de «Los alimentos terrestres» , de André Gide ; o el ofensivo título, que vaya tela, «El país de la castañuela» , en el que Hobart C. Chatfield-Taylor invoca a los gánsteres de Nueva York al ver los duelos a navaja de Triana. Viajeros todos que con mayor o menor fortuna congelaron sus andanzas para nuestro gozo particular.
Autóctonos y anhelos
Conviene apostar por los que no se quedaron con la cáscara, sino que rebuscaron con profusión por sus propios tuétanos hasta dar con los frutos más maduros de los que hoy presumimos y, en cierto modo, envidiamos. En la poesía, los aromas de «Ocnos» , de Luis Cernuda, y el desarrollo de «Sevilla en los labios» , de Joaquín Romero Murube, resultan imprescindibles. Déjeme recomendarle también al Rafael Montesinos de «Con la pena cabal de la alegría» , esta vez en verso. ¿Comprende ahora su anhelo? Parece similar al que sintió Cernuda desde Glasgow mientras coloreaba con los adjetivos más pertinentes su vieja casa de la calle Acetres. Distintos tonos y circunstancias, pero la misma añoranza. La felicidad, un lugar, pasillos pretéritos de niños que jugaban sobre el mármol.
Asimismo, menciono clásicos como «El burlador de Sevilla» , de Tirso de Molina, y «Rinconete y Cortadillo» , de Cervantes. ¡Pero también los hay recientes!: «La reina descalza» , de Ildefonso Falcones, y «La leyenda del ladrón» , de Juan Gómez-Jurado. ¡Incluso no históricas! «Origen» y «La fortaleza digital» , ambas de Dan Brown, y «Nadie conoce a nadie» , de Juan Bonilla.
Para revivir el calor y la quietud de las cigarras que en verano dan conciertos en acústico, nada como «Solo amanece si estás despierto» , de José Luis Rodríguez del Corral. La guasa que trae Paco Robles, a quien hoy nos abrazamos esperanzados, con su reciente «Frikis de capirote» y la ingeniosa «La piel del tambor» , de Arturo Pérez-Reverte, también merecen su inclusión. Como «Juan Belmonte, matador de toros» , con el capote parado y a oscuras un poco más allá del arrabal alfarero y un Chaves Nogales certero construyendo su figura de tinta y papel. El placer descubridor de una buena biografía.
Las horas no son de chicle y tampoco se trata de romperlas en este estiramiento entre decadente, denso y aburrido al que nos hemos sometido para enfrentar al virus, que sí que ha provocado una situación que nos recuerda a lo improbable de la ciencia ficción. No es eso, pero lo que no nos da esta sala cerrada, sí que puede ofrecérnoslo la literatura, campo abierto. Imágenes, relatos y vidas que se mueven armadas de sílabas negro sobre blanco y que de su mano nadie nos va a impedir pasear.
Noticias relacionadas