Crítica de música
Serena reflexión mística
El concierto de Capella Napolitana mostró que puede ser la fórmula mejor posible para situarse en las puertas de la Semana Santa
Celebrábamos hace poco el concierto ofrecido por el maestro López Banzo , acaso por la autenticidad que ofrece un grupo y, sobre todo, un director que convierte en música unos legajos perdidos en anaqueles seculares. Acaso el vínculo filial que se debe generar esa unión sea indisoluble. En aquel caso era nueva música de viejos ‘conocidos’ (quizá no para todo el mundo), pero vinculados a la música de Andalucía: Torres e Iribarren .
Antonio Florio parte del descubrimiento de la obra de Gaetano Veneziano , lo que ayuda a reconstruir el mundo musical del barroco napolitano de esa época, que el estudioso y director relaciona con «una floreciente tradición autóctona influida por el arcaico y severo gusto español».
En el librito que acompaña a su disco de la «Pasión según San Juan», también de Veneziano, especifica que con ambas pasiones se «refuerza la hipótesis de que en la capilla del virrey español en Nápoles se interpretaba cada año un repertorio devocional de carácter altamente dramático»; es decir, que la «tradición autóctona» napolitana se desarrolla dentro del empeño del virrey español en insistir cada año en este repertorio devocional, sin el cual el carácter de esa música a lo mejor hubiera sido otro.
Pero es lo cierto que este nos resultó impactante. Hemos de decir en este punto y sin más dilación la necesidad perentoria de la presencia de los sobretítulos: además de lo obvio de que ayuda a entender lo que se canta, hemos de recordar la importancia en esta época del figuralismo musical que provoca el sentido del texto; pero además, y en este caso especialmente, es que cada una de las pasiones recurre a canto homofónico de ámbito reducido, silábico y sin ornamento alguno, así que si encima no se sabe el significado del texto, el público puede caer fácilmente en el aburrimiento.
Cuarteto de cuerdas
Un cuarteto de cuerdas y tiorba en el centro, delante, y un órgano detrás componían únicamente los instrumentos; dos coros (dos cuartetos de SATB) a cada lado, las voces. El violín de Marco Piantoni resultó santo y seña decisivo del núcleo instrumental, de sonido parejo, en ajuste y tímbrica, y con unas dosis de intensidad expresiva que nos conmovió desde la breve sinfonía: era una música sincera, iluminada, de concentrada espiritualidad. La entrada de los coros aportó la importancia de la palabra, que marcaba un ritmo frenético en su concentrado e intenso desarrollo de cada ‘Pasión’, y donde el violín I doblaba la melodía más aguda y todos trazaban simultánea y musicalmente el principio y fin de cada frase del texto.
Sorprendía la variedad de sus voces que, lejos de producir una sensación tímbrica disímil, aportaba por el contrario una variedad colorísitica que sumaba las mejores voces de la tradición (el tenor Rosario Totaro con una impostación algo apretada y vibrato marcado o las dotes naturales y subyugantes del bajo Giuseppe Naviglio ) con la voz de la alto Marta Fumagalli , también de impostación particular, de inteligibilidad plena y en el fondo, de autenticidad y entrega.
Equilibrio total
De este primer coro, la voz más equilibrada para los parámetros normales, la de mayor sedosidad y belleza -diríamos incluso entre las 8 convergentes- fue la de la soprano Valeria La Grotta . En el otro coro las voces no fueron tan particulares, excepto la del tenor Leopoldo Punziano , penetrante y viva. Pero el conjunto, insistimos, era de un equilibrio total, incluso en las dinámicas más planas de las Pasiones, excepto cuando en cada una proferían el grito repetido del pueblo, ‘¡Crucifícalo!’
Podía resultar exagerado leer antes del concierto las afirmaciones de Florio defendiendo que la música devocional que completaba las pasiones era ‘de excepcional factura e intensidad ’, pero no exageraba ni un ápice. Un giro radical de una música religiosa estricta, esencial y reconcentrada hacia otra que abría la mano a los ornamentos, a la relación contrapuntística de coros y consort, a las modulaciones y a potenciar la palabra hasta el extremo: ahí estuvieron los ‘Improperia’, que en frases como ‘y tú me diste a beber hiel y vinagre’, la palabra ‘hiel’ (‘felle’) usó un cromatismo tan ‘violento’ que hasta nos hizo pensar que se había desafinado, si no fuese porque el violín lo dobló de igual manera.
No parece fórmula mejor posible (bueno, la ‘Misa’ en Si menor de Bach será otra opción) para situarnos a las puertas de la Semana Santa . Naturalmente, después de la honda experiencia espiritual de una música que no tiene nada de espectacular o virtuosística, sino de reflexiva y poco habitual, no cabía propina alguna ni cosa parecida, sino sólo procurar guardar su memoria.
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