Qué plan
Ruta de la Inquisición en Sevilla: la huella de un pasado negro
Tres siglos de historia son demasiados para que no quede nada de ellos
Quienes vestían el sambenito iban a morir. En el castillo de San Jorge estaban los presos y cuando cruzaban por el Puente de Barcas algunos se acercaban a su fin. Los autos de fe, donde se les juzgaba, se celebraban en la Plaza de San Francisco. El antiguo convento de San Pablo, en La Magdalena, también fue una de las sedes de la Santa Inquisición. Los azotes públicos tenían lugar frente a la Puerta del Perdón de la Catedral y el quemadero estaba a extramuros, en el Prado de San Sebastián. Herejes, blasfemos, hechiceros o apóstatas, también judíos y mentirosos, pasearon la prenda maldita por las calles de la ciudad . En la actualidad, las huellas de este pasado negro que se conservan no son demasiadas, pero existen y pueden visitarse.
Castillo de San Jorge y Puente de Triana
Esta fortificación en la margen derecha del Guadalquivir es de origen visigodo y fue construida para la defensa de Sevilla, entonces conocida como Spalis. En el año 1481 empezó a ser ocupada por la Inquisición y en sus muros se encarcelaron a los presos del Santo Oficio. Hoy es un museo en el que conocer la historia del castillo. Y de ese mismo pasado recibe el nombre el callejón que comunica la calle Castilla con la orilla del río, por donde pasaban quienes iban a ser juzgados o quienes, por la fatalidad del destino, ya estaban condenados. No queda nada del antiguo puente, el que era de barcas, tan solo una soleá popular que nos lo recuerda: «Las barandillas del puente/se menean cuando paso/a ti sola te quiero/y a nadie le hago caso. En ese bamboleo, el silencio debía concentrar todo el miedo que cabe en un ser humano. La manita de Caronte. El agua que les secará la sangre. Por allí se perdían quienes iban a los autos de fe y algunos no volverían jamás.
Parroquia de la Magdalena
La Santa Inquisición fue fundada en 1480 y se mantuvo hasta el S. XVIII, pasando por diferentes períodos de actividad en los que cambiarían los objetivos principales. El antiguo convento de San Pablo, donde hoy reside la Hermandad de la Quinta Angustia y El Calvario, fue una de sus sedes . Y en ella se guarda una de las piezas claves para completar parte del relato: el fresco de Lucas Valdés, hijo del pintor Valdés Leal, en el que se representa un juicio público de la época . Fue realizado hacia el año 1710 y en él aparece de forma anacrónica el Rey San Fernando transportando leña a la hoguera. El auto de fe que quedó plasmado para la historia fue real y se celebró en octubre de 1703, cuando un vecino de Osuna fue acusado de judaizante.
Plaza de San Francisco
Lo que se representa en la pintura de Lucas Valdés tuvo lugar en la Plaza de San Francisco, donde los juicios se desarrollaban de cara el público . De hecho, donde hoy se arman las estructuras de los palcos durante la Semana Santa, ya se construyeron gradas en otra época. Desde ellas, la ciudadanía vivía en primera persona las historias de condenas y condenados, como si de un espectáculo se tratase. Parece que no quiere exhibirse demasiado, pero allí está. La conocida como Cruz de las Siete Cabezas se encajona dentro de un arquillo en una esquina del coso. En un principio, su piedra era roma, aunque más tarde se le añadieron detalles para que cuadrase mejor con la estética del edificio. Esta escultura representa el cese de los lamentables actos de la Plaza de San Francisco. Casi oculta, nos revela el fin de algunas de las páginas más amargas de la ciudad.
Quemadero del Prado de San Sebastián
La pira olía a cuerpo y a muerte. Un hedor que echaron más allá de la muralla para que no se contaminase la ciudad. Esta zona, al igual que Tablada, se consideraba un terreno maldito donde verdugos y herejes se daban cita para aniquilar la vida. Garrote, capotillo y coraza, después fuego. La última ejecución en la hoguera se produjo en el año 1781 y tuvo como protagonista a una monja acusada de sacrilegio. Tenía una ceguera avanzada y, según las crónicas de la época, recorrió todo el trayecto profiriendo insultos a los presentes. La anciana beata Dolores se convirtió así en la víctima postrera de los quemaderos de España.
Huellas leves
Además de los edificios y espacios cuyo pasado está ligado de forma íntima a las actividades del Santo Oficio, en la ciudad existen otras huellas que se ocultan de manera sutil a simple vista. A veces, por desconocimiento. Otras, por su aparente inocencia o por la nimiedad que ocupan, pero son muchos los detalles que se han mantenido hasta nuestros días, a pesar de la repulsa que esta parte de nuestro pasado causa en la sociedad de hoy. Uno de ellos, por ejemplo, está en el camerín de la Virgen de Las Angustias de Los Gitanos, donde el escudo de la Inquisición , con la cruz, la rama de un olivo y la espada, aparece grabado. Y este mismo símbolo puede verse de nuevo en la iglesia de La Magdalena, coronando una de las puertas del templo. Según ha explicado el profesor y experto en la Edad Media Francisco García del Junco, de la Universidad de Córdoba, «El tribunal inquisitorial español fue el más condescendiente de toda Europa» , ya que condenó a muerte a muchas menos personas que los de otros países como Francia o Inglaterra. Sin embargo, las huellas que dejó en algunas de nuestras calles, monumentos, pinturas y esculturas permanecen latentes y soslayadas. Un pasado verídico que acompleja a muchos y que no quiere recordarse, por eso los gritos que comenzaron tras el medievo se guardan bajo llave.