Qué plan
Ruta de Bécquer en Sevilla: poeta de rima y leyenda
Su casa natal, la glorieta que lleva su nombre y la cripta en la que descansa son algunas de las paradas imprescindibles en este recorrido
Maese Pérez es ciego, pero a través de las teclas de su instrumento puede ver a Dios. Sevilla está plagada de leyendas que viajan de la literatura a las aceras, y viceversa. Historias que nacen sobre páginas en blanco para que más tarde el pueblo se apodere de ellas y relatos que arrancan en la calle y se cuelan con descaro en los libros. El organista Maese Pérez es el anciano virtuoso que ideó Bécquer para llenar de música las Nochebuenas en la iglesia de Santa Inés. Un ser sencillo tan necesario que al fallecer tuvo que ser su fantasma el que tocase para los fieles congregados cada 24 de diciembre en el mismo lugar. La gracia verdadera nunca encuentra sustitutos .
Las «Leyendas» y «Rimas» de Gustavo Adolfo Bécquer merecen ser recordadas con cierta frecuencia, porque en ellas, además de encontrarse algunos de los escritos de mayor altura en castellano y el pozo al que innumerables poetas y escritores a la fuerza han acudido a beber, se retrata la ciudad en su forma más genuina y poderosa de mirar. Por eso, Sevilla le devuelve este ruta que podría ser menos discreta , por supuesto, pero que nos sirve para ahondar en su figura y, sobre todo, para disfrutarla.
Arranquemos, entonces, con unos versos que para algunos, tal vez, sirvan de espejo: «Los invisibles átomos del aire/en derredor palpitan y se inflaman;/el cielo se deshace en rayos de oro;/la tierra se estremece alborozada;/oigo flotando en olas de armonía/rumor de besos y batir de alas; mis párpados se cierran... ¿Qué sucede? ¡Es el amor que pasa!». Con este velo que cubre de finura las palabras, comenzamos.
El barrio de San Lorenzo se sitúa al centro de nuestra diana y hacia él lanzamos el primer dardo: calle Conde de Barajas y la iglesia de San Lorenzo. En el número 28 de la primera nació el escritor erróneamente enclaustrado tras la etiqueta a veces excluyente de romántico. Una placa en la fachada de la casa nos recuerda la ubicación exacta y la fecha: 17 de febrero de 1836 , que aparece inscrita sobre el mármol en números romanos. Lo único que se conserva, además, coincide con lo único que pueden observar los viandantes: la portada.
El hijo del pintor José Domínguez Insausti , que firmaba con el apellido de Bécquer, perteneciente a sus antepasados, y Joaquina Bastida Vargas estrenó la luz del mundo que después él diseñó a su justa medida desde esta acera. Y el templo, tan cercano, se convierte en este recorrido en otra de las paradas obligatorias, pues superados los diez días desde el alumbramiento fue bautizado allí, frente a la túnica morada del Gran Poder en un contexto histórico en el que la Soledad aún no había aterrizado en su actual sede . No solo pasa el amor, sino el tiempo. Y con él todo cambia.
En el parque de María Luisa , una glorieta manchada por sucesos que no guardan ninguna relación con este viaje se descubre como una de las más especiales de los viejos jardines de los Montpensier. Su construcción es muy posterior, pero en la actualidad muchos de los visitantes dejan notas escritas en papeles , tickets, hojas secas o cualquier tipo de superficie que admita la tinta de un bolígrafo o el grafito de un lápiz. De esta forma, los visitantes inmortalizan el momento en el que entraron en este recinto y, a menudo, la persona con la que lo hicieron.
Bajo la iniciativa de los hermanos Álvarez Quintero , admiradores confesos de su obra, el escultor Lorenzo Coullaut Valera dispuso alrededor de un ciprés de pantano las tallas del propio Gustavo Adolfo Bécquer junto a otras que, cargadas de simbolismo , representan al amor ilusionado, poseído, herido e hiriente. Para este último, el artista marchenero utilizó el mito de Cupido. El sosiego que se respira en este recoveco del parque, situado cerca de la Plaza de España pero casi siempre al reverso del ruido, la adecuación de lo que ha sido creado por el hombre en la aparentemente salvaje naturaleza y la belleza que se destila de las plantas, los bancos y las flores hacen de este rincón el paraíso breve de nuestro itinerario . Edén recogido de las letras.
Mencionados sus padres en párrafos anteriores, es preciso nombrar a continuación a uno de sus hermanos: Valeriano . ¿Por qué? Pues porque nos conduce hasta el siguiente destino: el Museo de Bellas Artes . En los pasillos de esta pinacoteca en la que estas semanas se expone parte de los más significativo del imaginero Martínez Montañés, se muestra de forma permanente el conocido retrato que este hizo de su hermano menor.
Ambos quedaron huérfanos a una edad temprana y fueron cuidados por sus tíos junto a sus otros hermanos. Él destacó, en especial, como retratista . Y el cuadro con el coló en los libros de historia el rostro del poeta célebre que nos ha llevado hasta la Plaza del Museo, inspiró el busto que erigió Coullaut Valera. Más bien, se usó como modelo. Algunos de los billetes de 100 pesetas fabricados en la segunda mitad del siglo XX tienen esa misma cara impávida y misteriosa que nos permite ponerle ojos a las floridas estrofas de su pluma. La pieza data de 1862. Entonces faltaban ocho años para su fallecimiento.
La muerte del poeta
Su muerte. Hacía allí nos dirigimos a medida que nos aproximamos al Panteón de Sevillanos Ilustres . Los restos de los personajes que aquí descansan valen como argumentos de peso para defender cualquier cuestión. Todo agravio a la cultura andaluza y, en concreto, a la sevillana, si es que este se produce desde abajo o por la espalda, se resuelve así: el humanista Arias Montano, los escritores Cecilia Bohl de Faber, quien firmaba como Fernán Caballero para esquivar la censura, Ponce de León, José María Izquierdo y, cómo no, los hermanos Bécquer. Todos ellos y algunos más son los intelectuales que aquí habitan «más allá del olvido», como sentenciaría Luis Cernuda. Pasado imborrable que siempre resulta certero recordar para recuperar la motivación y el afán por acercarnos a ellos en el presente.
La cripta de Valeriano y Gustavo es una de las más queridas. Por ello, frecuentemente, hay quien deposita rosas y notas a pie de tumba que de alguna manera mantienen vivo su legado. Es solo un gesto, una llama de color, pero reluce desde lejos por el contraste triste y frío de la piedra . Se localiza en la iglesia de la Anunciación , aunque se accede a través del patio de la facultad de Bellas Artes, y tiene horario de apertura de mañana y de tarde. Algunos, con poco gusto y acento lejano, lo han bautizado como el «hall funerario de la fama».
Rafael Montesinos , su biógrafo y heredero de una nueva forma de escribir poesía que nació con él, tituló su estudio como «La semana pasada murió Bécquer» . ¿Y cómo lo hizo? Sobre todo, antes de tiempo, a los 34 años, cuando la tuberculosis tan extendida en la época que le tocó vivir ennegreció el reloj que todos tenemos en el pecho.
Pero no ha dejado de sonar desde ese momento el bramido ronco del órgano que cada Nochebuena dicen que grita en solitario. No hace falta que nadie lo toque, porque el Maese Pérez es fantasma de costumbres y no renuncia al hábito de anunciar la Natividad con el aire triunfal que se agolpa y que cabalga en los tubos metálicos del convento de Santa Inés. Una leyenda que se expande como la excusa perfecta para seguir rebuscando por este recorrido endecasílabos imposibles. El relato, por cierto, es verdadero. Lo imaginó Bécquer.
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