Crítica de Flamenco

Rocío Molina impulsó su baile al infinito en Sevilla

La bailaora malagueña clausuró el ciclo los Jueves Flamencos de Cajasol con un recital de casi dos horas

Rocío Molina en los Jueves Flamencos de Cajasol Remedios Malvárez

Marta Carrasco

Hubo quien llegó a la sede de los Jueves Flamencos de Cajasol en la calle Chicarreros con cierta prevención, no en vano la protagonista de la clausura del ciclo este año era la bailaora malagueña, Rocío Molina , una transgresora del baile flamenco que ha protagonizado no pocos espectáculos, algunos en los que el atrevimiento iba parejo a su virtuosismo en el baile.

Las dudas duraron poco. Este «Impulso» como tituló Molina a su propuesta de casi dos horas, que había anunciado como una improvisación o performance, fue un recital de baile en todos los sentidos, y con un atrás, que era un delante, que no podía ser más clásico: dos cantaores, José Angel Carmona e Israel Fernández , las palmas de José Manuel Ramos «Oruco» y las guitarras, protagonistas por derecho propio, de Eduardo Trassierra y Yerai Cortés. Había juventud a raudales en ese escenario, con unos flamencos que con el cante más tradicional y la guitarra más innovadora, hicieron que el baile transcurriera por ambos caminos con asombrosa naturalidad.

Rocío Molina deambuló con certeza bailándole a la guitarra, como si formara parte del mismo pentagrama de las notas que salían del instrumento. Sin cante, sin zapateado, tan sólo los escorzos de su cuerpo y el movimiento nada tradicional pero hermosísimo de sus brazos y manos. Fue como una especia de iniciación a la ceremonia que vendría después.

Porque luego del recital de guitarra y baile, llegó el cante y con él la transición a los pies de la bailaora mientras que se desgranaban los ritmos por seguiriya, taranto, tientos, guajira, fandangos, soleá..., nada escapaba al compás de Rocío Molina, quien con desparpajo y con humor incluso se dirigió al público en algún momento. Bailaba Molina con una sonrisa, con una fuerza enorme y con un compás que con las palmas del Oruco componían un concierto de sonidos donde el zapateado tenía constante música, punta, tacón, planta...

Y otra sorpresa. Hacía tiempo que no veíamos a Rocío Molina con bata de cola, y lució, una bata muy original, dentro de la confección tradicional, con ondas lisas en el exterior muy seguidas coo si fueran olas, y volantes rizados en el interior. Soleá fue el palo elegido para terminar el recital, un baile inmenso, sobrio, con jondura y sobre todo con una fuerza espectacular. ¿Quien dijo que a la malagueña se le había olvidado bailar los palos flamencos? No es tal, simplemente lo hace cuando lo siente o cuando quiere.

Un poético final con la guitarra que poco a poco se iba acallando mientras la bailaora movía sus brazos al ritmo cadencioso de la música y la luz se iba apagando. Dos horas de baile para recordar, y el público en pie premió el esfuerzo y sobre todo el arte de Rocío Molina que puso punto final a una gran noche de vísperas.

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