Recital de flamenco administrativo para inaugurar la Bienal

La antología del Ballet de Andalucía, basada en obras maestras de Mario Maya, Cristina Hoyos, Javier Latorre o José Antonio, sólo pudo ser rescatada por Javier Barón

El Ballet Flamenco de Andalucía, durante la inauguración de la Bienal J.M. Serrano
Alberto García Reyes

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El espectáculo es correcto. La Bienal, no. No se puede inaugurar el «mejor festival flamenco del mundo» con una obra que ya se programó en noviembre en el Teatro de la Maestranza . Eso es un parche. Programación de relleno. Como se cayó Eva Yerbabuena porque se anunció sin haberlo pactado con ella y luego no se tuvo capacidad para rectificar el lío, lo primero que había a mano era el Ballet Flamenco de Andalucía, que no podía rechazar la oferta porque para eso es una compañía pública que pagamos todos los andaluces. La verdad es así de cruda. El «25 aniversario» del Ballet ha sido u na solución improvisada para comenzar la Bienal más descafeinada de la historia: sólo se usarán los teatros pequeños y el Alcázar con la mitad del aforo. Anoche mismo, cuando Javier Barón se desplantó por alegrías y le dio algo de pulso a la cosa, los oles se disipaban entre el público como el coronavirus. A un metro y medio de distancia tampoco se contagia la emoción . Esto va a ser duro. Porque el flamenco necesita contacto, es un arte de arreones en el que la mayoría de las veces perdemos los papeles sin justificación técnica, sólo por una suerte de sublimación ambiental que hace que un artista ponga bocabajo un patio de butacas con cualquier detalle. Los oles por «streaming» son como los pucheros de microondas. No saben a nada. ¿Cómo se dice ole con mascarilla? Los teatros a medias son para el flamenco como un fandango sin terminar.

Así que antes de que esto avance lo más honesto es avisar de que no parece que vayamos a partirnos muchas camisas este año. Y los artistas no serán los culpables. Ellos son los primeros sufridores del vacío. Es imposible bailar, cantar o tocar igual cuando uno se siente solo en el escenario que cuando oye respirar al silencio. Úrsula López es una buena directora para el Ballet, pero el Ballet no es una buena elección para la inauguración de la Bienal. Primero porque la obra presentada se estrenó en Sevilla hace menos de un año y segundo porque esta compañía ofrece un flamenco administrativo, de funcionarios , una sucesión de obras maestras del repertorio jondo muy bien ejecutadas técnicamente, pero de carril. Si López quiere dejar su huella al frente de esta institución pública tiene que buscar la chispa, impedir que las funciones sean meras jornadas de trabajo. La perfección en el arte no es exactamente una virtud , es sólo una obligación. Las jornadas laborales se echan en los ensayos, jamás en el escenario. El teatro es como el lienzo del pintor.

Este espectáculo está aterido por su frialdad. Aborda piezas memorables como el «Réquiem» de Mario Maya , creador del «collage» jondo haciendo pasar a los cantaores del abandolao a la cabal y de ahí a la seguiriya con naturalidad. Se sujeta en la clase de Ana María Bueno , cuya bata de cola resume dos siglos de baile de Sevilla en la caña. Recuerda la genial zambra de Morente con tangos de Graná para aquella coreografía del gran Javier Latorre en la que de repente el cuerpo de baile monta un paso con un crucificado. Saca del cajón la seguiriya de José Antonio para una bata de cola de tres metros. Recita el poema de la muerte de Sánchez Mejías que volvió a componer Rubén Olmo en la enésima versión lorquiana del flamenco. Ensalza a Cristina Hoyos, que estaba entre el público, como una de las grandes creadoras del género. Abre el baúl de la falseta por taranto de Ramón Montoya ... Pero alterna música enlatada con cante en directo. Y por ahí me cuesta tragar. Al teatro no se va a escuchar flamenco en lata . Los homenajes hay que hacerlos con valentía. O se interpreta toda la pieza, no sólo la coreografía, o para qué meternos en berenjenales. El sonido antiguo puede servir como un recurso puntual, pero no puede ser nunca el protagonista de un espectáculo en vivo. Por eso la obra sólo se salva de esa rutina burocrática cuando aparece Javier Barón .

La diferencia es abismal. El de Alcalá es también perfecto, disciplinado, tiene más técnica que todos los demás juntos, pero también tiene personalidad, un lenguaje propio , capacidad de sorprender... Tiene arte, no sólo conocimiento. Y eso le permite bailar con los gestos, ocupar el espacio como si estuviera en su casa, jugar con los contratiempos como un niño que le da pataditas a una pelota en la plazoleta. Barón no mide lo que está haciendo. Lo hace y punto. No tiene ninguna intención de ser irreprochable en la ejecución . Lo es y ya está. Por eso desde el arranque de las alegrías con una trilla alosnera ya estaba desordenando a los matemáticos. Y por eso no se entiende que un bailaor de esa magnitud reduzca su presencia en la Bienal a una colaboración con una compañía . Más bien tendría que ser al contrario. La compañía tendría que haber colaborado con él para que el par de oles que nos sacó no se hubiese quedado en la mascarilla. Pero tiene pinta de que esto es lo que nos espera. Al terminar el espectáculo, nos obligaron a irnos de uno en uno . Media hora para salir. No pudimos comentar siquiera en la puerta los dos o tres latigazos de Javier Barón. La inauguración fue de ventanilla de Larra. Si quiere emocionarse, vuelva usted mañana.

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