Crítica de música clásica

Real Orquesta Sinfónica de Sevilla: gran nao contra el viento

A medida que avanza la temporada aumenta la calidad interpretativa de la Sinfónica en la misma proporción en que se vacía el teatro

El chelista Adolfo Gutiérrez dirigido en el concierto por Enrique Diemecke Guillermo Mendo

Carlos Tarín

No comprendemos por qué a medida que avanza la temporada de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla (ROSS) nos parece que aumenta la calidad interpretativa en la misma proporción en que se vacía el teatro. Sin duda la huelga política que mantuvo la orquesta no la benefició (la retirada de patrocinios o la disminución de abonos están ahí), pero los excelentes resultados musicales crecen, como muestra el concierto que comentamos.

Y eso que el arranque de Enrique Diemecke pudo sobresaltarnos, hasta que el sonido adquirió forma de sentimiento innegable al dar vida a la obra de Ginastera . Este compositor bonaerense abría el programa por la importancia que tuvo Argentina en el periplo de Magallanes , y el director mejicano lo dirigía porque lo es todo, musicalmente, en Buenos Aires. Y porque se sabe la «Obertura para el Fausto criollo» de memoria, y con ella nos adelantó su forma de dirigir: grandes contrastes, dominio del tejido orquestal o conocimiento detalladísimo de las obras.

Seguramente no dio tiempo a trabajar tanto el «Concierto para violonchelo» , de Elgar , pero el seguimiento a Adolfo Gutiérrez Arenas fue extraordinario. Ni Jacqueline Du Pré , referencia obligada de esta obra, seguía al pie de la letra las minuciosas indicaciones de la partitura , porque la expresividad que lo sustancia saca antes el sentimiento del propio intérprete: el chelista jugó en todo momento con la intensidad expansiva de la música, pero sobre todo traveseó con los tiempos, en los que se balanceó a placer, gracias también a la absoluta connivencia con Diemecke. Un espectacular Ruggieri , de sonido altivo, carnoso, locuaz, sirvió de medium para una interpretación muy personal , torrencial o descarnada.

Finalmente, la «Segunda» de Sibelius culminaba el programa con parejo ímpetu y conocimiento : otra vez el sexagenario director se enfrentaba de memoria a una puntillista sinfonía de motivos amplios -más que temas propiamente dichos-, que pululan en generoso número por toda la sinfonía , que se cruzan, se extienden, invierten y sobre todo se superponen con caleidoscópico resultado , tanto en trazado como en colorido, y que el maestro supo resaltar con la perspectiva de un consumado escaparatista, gracias a un sabio manejo orquestal.

La sensación de plenitud , de entrega, de comunicación es todo lo que espera un melófilo en cada concierto, y aquí la tuvimos a raudales. La orquesta sólo es intocable si el público está con ella; si no, su futuro será más que incierto.

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