Bienal de Flamenco de Sevilla 2020

Rafael de Utrera se queda en el burladero

El cantaor utrerano se presenta en la Bienal renunciando a su condición de cantaor de primera para darle más protagonismo al trío clásico Arbós

Rafael de Utrera, en su recital del Lope de Vega Raúl Doblado
Alberto García Reyes

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El metal de Rafael de Utrera permite distinguirlo o oscuras. Por eso la soleá apolá de entrada , incluso la camaronera, le permite llegar al patio de butacas sin necesidad de rodeos. Esos bajos tan redondos de la vieja Venta de Eritaña son anchos como una avenida. Rotundos. Y su solvencia rítmica, parte de cuna y parte de los años que lleva cantando atrás, le permite jugar al elástico con los tercios para certificar un sello inconfundible. El utrerano es un cantaor mucho más importante de lo que él se cree . Y tal vez esa es su losa, su carácter introvertido, su propensión a los papeles secundarios. Rafael, y cualquiera, tiene de sobra con haber sido el cantaor de Paco de Lucía, de ahí que el Trío Arbós le meta mano a la «Canción de amor» del genio de Algeciras, pero su voz merece la soledad en los carteles y él todavía no lo sabe. Canta escondido en la silla, casi pidiendo perdón con el gesto. De hecho, las presentaciones las hace el pianista Juan Carlos Garvayo , que ejerce de líder a pesar de haber planteado unas seguiriyas demasiado elementales para el flamenco contemporáneo. El de Utrera vive con la cabeza agachada , como si tuviera un complejo ante los músicos clásicos. Y el flamenco no tiene que achararse ante nadie. Menos en la Bienal.

El fandango de Antonio el de la Calzá con aire de José el de la Isla es para engallarse. Él, sin embargo, le da sitio a todo el mundo menos a su silla. Deja que se exhiba la Moneta con su baile en permanente ansia de Yerbabuena. Permite introducciones musicales a mayor gloria de los acomapañantes. Y lo que de verdad vale es su malagueña de Fosforito el Viejo , que es una transformación hermosísima de la que hacía Valderrama, engarzada con la rondeña lenta a media voz y el fandango abandolao clásico. Su timbre tiene postillas y suena entre amargo y meloso. Es distinto. El tirititrán es un caramelo en sus labios. La queja de Lole le retumba en las entrañas. Los tientos tienen una cadencia de comba callejera. Pero él se empeña en no darse importancia . Y yo no lo entiendo. Qué manera de dejar pasar los trenes teniendo el billete. Esta es la enésima vez que me quedo con ganas de escucharlo. En el primer festival flamenco del mundo el cantaor no puede ser un invitado de un trío clásico. Esto va justo al contrario. Tiene que mandar el que sabe y puede, el que viene de dentro, no el de fuera. No se puede ser figura del toreo desde el burladero . Y Rafael, que tiene un imperio en la garganta y un miedo escénico imponente, ha vuelto a huir de la silla. Una pena. Porque lo tiene todo y el único que no termina de darse cuenta es él. A ver si para la próxima se ha descubierto y puedo decirle todos los oles que esta vez se me han quedado en la punta de la lengua.

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