Crítica de música
Placeres barrocos
La Universidad de Sevilla celebró musicalmente su inicio de curso con un concierto del a Orquesta Barroca de Sevilla en la Anunciación
Nuevamente, la Universidad de Sevilla celebra musicalmente el comienzo de curso con un concierto de la Orquesta Barroca de Sevilla (OBS) en la iglesia de la Anunciación , recinto que presenta una difícil acústica para la orquesta, a pesar de la concha acústica que se pensó para la ocasión hace algunos años, y de que el número de músicos fue bastante reducido. Pero es que el espacio es enorme y los instrumentos muy delicados, especialmente el que fue como solista en dos de las obras: la flauta travesera barroca .
El programa era una delicia, porque aunaba obras escogidas de Telemann y Haendel con dos monumentos bachianos de la talla de la ‘Suite nº 2 para cuerdas’ (con la inopinada presencia de la flauta solista) y el ‘Concierto para dos violines’ , BWV 1043. Rafael Ruibérriz tenía que capear con el volumen de su traverso -al que no hay que forzar-, el espacio físico y 11 músicos detrás.
En Telemann, su trabajo se disfrutó más cuanto más alto era su registro y más medio-grave el de sus compañeros; con Bach dependía más de Rossi , que compartía su melodía, puesto que en cuanto el violinista argentino ‘apretaba’ lo más mínimo, se oscurecía el trabajo del flautista. Por fortuna, ambos se coordinaron, pareciéndonos que Rossi marcaba más el inicio de una frase y dejaba que se oyera el resto a la flauta.
El momento de mayor lucimiento de Ruibérriz en todos los sentidos, además de en la famosa ‘Badinerie’, fue en la ‘Polonesa’ de la suite, en concreto en la ‘Double’, una repetición variada de carácter virtuosístico, donde pudimos oír ‘a solo’ la elegancia y musicalidad que lo caracteriza, apoyado en el tema que sonaba en el chelo decisivo de Mercedes Ruiz . Para esta suite se optó por las secciones a uno, para no tapar a la flauta, y sin embargo en la repetición de la misma -como propina- salieron todos, y la flauta se siguió oyendo maravillosamente, sobre todo y, como es natural, en los ornamentos en agudo que presentó Ruibérriz.
Para el ‘Concierto de dos violines’, se dio la oportunidad a dos miembros de la orquesta para ocupar la labor de solistas, oportunidad que supieron aprovechar con un buen trabajo y denuedo , aunque sus instrumentos no contaban con el relieve y excelencia que podíamos esperar para una posición protagonista. Leo Rossi ‘lideró’ en este caso la formación, tanto en una discreta conducción como asumiendo una labor continua de contención, habida cuenta de la calidad y volumen de su instrumento; igualmente debemos sobresalir su valía musical, no sólo en sus momentos ‘a solo’ sino también en los compartidos con su colega Valentín Sánchez (‘Sonata Op. 5 No. 4’ en Sol mayor de Haendel).
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