Música
Pérez & Floristán
Juan Luis Pérez volvía a la Orquesta Sinfónica para dirigir a su hijo, Juan Pérez Floristán
Si el primer concierto desde la reinauguración de la orquesta tenía ese carácter conmemorativo, con un punto de solemnidad (al menos interior) y emotividad, el segundo aunaba dos generaciones muy ligadas a la orquesta: la de Juan Luis Pérez y la de su hijo, Juan Pérez Floristán . El primero ha estado vinculado a la orquesta desde sus inicios, asumiendo cualquier tipo de labor en la que sus vastos conocimientos y sano juicio lo requirieran. A cambio, la orquesta premiaba esta impagable ayuda con un concierto de abono por temporada, hasta que posteriores direcciones artísticas lo quitaron de en medio. Ahora volvía para dirigir a su hijo, cuya carrera internacional sigue en alza -sólo frenada por el virus-, y además lo hacía con los dos conciertos para piano de Ravel, todo un reto ya que, sin ser lo largos que otros, tienen una intensidad, sobre todo el de la mano izquierda, verdaderamente importante. Para adecuarse al protocolo covid hubo que suprimir del programa «Ma mère l’oye», quedando los conciertos en los extremos y en el centro el estreno del «Nocturno sinfonico» de Marcos Fernandez Barrero (IX Premio de Composicion AEOS-Fundacion BBVA).
El «concierto para la mano izquierda» de Ravel es de una dificultad extrema, y acaso por eso no se toque tanto como el de Sol mayor, ya que al virtuosismo que requiere cualquier obra solista para un instrumento se le añade el escollo de que sólo se use una mano, para colmo la menos hábil para la mayoría de los pianistas. Y además debe dar la impresión de que se está tocando con las dos manos: es decir, con la misma mano hacemos la melodía, siempre algo más destacada que el acompañamiento, mientras este debe permanecer en un segundo plano (incluso a veces casi no se oía). Es una obra dramática, así que los contrastes son muy pronunciados, desde el mismo y espectacular comienzo, donde el pianista acentuó la primera nota con toda su fuerza, incluso levantándose ligeramente del asiento; pero tal fuerza contrastó con momentos de enorme lirismo. Y todo fue interpretado con gran seguridad, con gran riqueza de matices, respeto por los distintos estilos que lo llenan -entre ellos el jazz, que el pianista ha estudiado con atención-, sintiéndose a gusto tanto con la orquesta como, naturalmente, con la dirección. Consignemos, una vez más, que Floristán usó un Yamaha gran cola como el que nos gustaría que sustituyera a los dos Steinway actuales, los que, no lo olvidemos, también cumplen 30 años.
Su padre, por su parte, no sólo estuvo atento a las evoluciones del pianista, sino que coloreó constantemente la escena con la riqueza instrumental que presentan las obras de Ravel, pintando así un lienzo apasionante y vivo. El concierto en Sol mayor discurrió por parecidos cauces, pero ya sin la carga trágica que alimentaba el drama personal de Wittgenstein y que Ravel quiso traslucir en su partitura, y a ambos les otorgó Pérez el carácter requerido.
Todavía el maestro jerezano tuvo la oportunidad de mostrar toda la coloración de la ROSS, que tan bien conoce, en el estreno del mencionado «Nocturno sinfónico», un compromiso de la ROSS con la música de nuestro tiempo, y que requirió -como suelen esta músicas- de una gran orquesta, discurriendo por los cauces propios de estas obras, si bien nos pareció que hubo un interés por ritmos más regulares, armonías no necesariamente disonantes e incluso atisbos de melodías.