Lo peor de la Bienal de Flamenco

A pesar del éxito obtenido, el festival ha cargado también con varios lastres que hay que subsanar para próximas ediciones, tanto en lo organizativo como en lo artístico

Isabel Bayón, en el espectáculo «Dju-dju» EFE

Alberto García Reyes

No es oro todo lo que reluce. La XIX Bienal de Flamenco también ha tenido fallos claros tanto a nivel organizativo como artístico. Pesan menos que los aciertos, pero no hay que soslayarlos. Los errores exigen una reflexión para evitar que vuelvan a suceder en el futuro. Los principales están claramente localizados. A continuación se detallan.

Cambios de programación

Los cambios de programación no son imputables a la organización del festival ni a su director, Cristóbal Ortega, porque todos están justificados. Riqueni se cayó del cartel con motivo de su ingreso en prisión, el Ballet Nacional como consecuencia de la huelga de sus empleados y Manolo Sanlúcar por enfermedad. Sin embargo, sí hay que criticar otros cambios de última hora que no fueron comunicados a tiempo, como la ausencia de los hermanos Carmona en el homenaje a Paco de Lucía, la de Pitingo en el concierto de Dani de Morón o la de Merche Esmeralda en el recital de baile dedicado a la escuela sevillana. Programar con tanto tiempo de antelación como se hace ahora tiene muchas ventajas, principalmente de comercialización de las entradas y de preparación de campañas de promoción en el extranjero, pero también tiene sus inconvenientes, ya que es prácticamente imposible que el cartel se cumpla al cien por cien.

Las entradas de protocolo

Las entradas de protocolo son otro problema flagrante. Es absolutamente impresentable que en la puerta haya aficionados con carteles reclamando entradas porque ya no hay ni una sola localidad en la taquilla y, sin embargo, dentro del teatro se vean después butacas vacías. Esa situación se produce porque las personas que tienen las entradas protocolarias -autoridades, asesores y periodistas- no las devuelven cuando deciden no ir ni avisan con la suficiente antelación.

Esperanza Fernández e Isabel Bayón

En lo artístico hay dos grandes fracasos: Esperanza Fernández e Isabel Bayón. Y en los dos casos por la misma razón: por estar fuera de contexto. La calidad de ambas artistas es indiscutible a estas alturas, pero han planteado dos obras que están fuera de los límites del flamenco y que, por tanto, han provocado las quejas del público que asiste en un festival temático del género. No se trata de una oposición a la experimentación, sino de un criterio de oportunidad. La trianera cantó temas del cubano Beny Moré de forma magistral, algo que tal vez le habría servido para triunfar en la programación de temporada del Maestranza, pero no en la Bienal de Flamenco. Y la bailaora ofreció, dirigida por Israel Galván y con la mano siempre perjudicial para lo jondo de Pedro G. Romero, una obra muy interesante desde el punto de vista dancístico y teatral, pero no desde el cabal. A la Bienal sólo se puede venir a hacer flamenco, con el aperturismo que se quiera, pero flamenco.

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