El paño de las verónicas jondas del Faraón
Curro Romero agradeció a los flamencos su homenaje con tres lances para la historia. Éste es el relato de lo que no se vio desde las butacas del teatro
Fueron tres . Dos y media de escenario, no de salón. Tres lances de madrugada, como cuando iba Curro a aprovechar las lunas en los encerraderos, que acabaron con el cuadro. Aurora Vargas se puso la esclavina del capote en la garganta para arrebatarse por bulerías y las manos del Faraón ascendieron por su cuenta, ellas solas, a coger estrellas en una vueltecita que resumió varios siglos de desplantes. Los flamencos, los gitanos, los cabales le tiraron sus chaquetas a los pies mientras Romero se metía la barbilla en la cazoleta para dejar una estampa sobre las tablas del Teatro Maestranza que quedará para la historia. Dos artes en un solo cuerpo . Una misma cultura en busca de la jondura por caminos paralelos: el toreo por la vera de la muerte; el flamenco por las lindes asfixia. Y las dos sendas cohabitando en el mismo mito: Francisco Romero López, natural de Camas, sobrenatural de Sevilla.
El remate del homenaje que las grandes figuras del flamenco le dieron a la gran leyenda del toreo fue, de alguna manera, la culminación de un agradecimiento mutuo, de una relación sentimental que viene desde los tiempos de la creación y perdurará hasta el fin del mundo: Curro Romero y la forma de desahogarse cantando y bailando de la tierra que lo parió. En ese paño de las tres verónicas en el que quedará impreso el rostro indeleble del mesías del toreo hay también escrita una historia de eso que Lorca definió como duende. Lo del escenario lo vio todo el que se apresuró a comprar una entrada cuando salieron a la venta. Curro volvió a sus tiempos de paseíllos agotando el papel en 48 horas. Incluso ha resucitado a los reventas, que colocaron a última hora todas las localidades a precios desorbitados a pesar de que la convocatoria era benéfica. Pero hay también un relato en el envés de todo lo que estaba a la vista. Lo que ocurrió detrás.
Hay que escribir esa historia para que no se quede solo en las bambalinas del teatro, donde hubo soniquete de bellotas sobre varales de las Angustias cuando la orquesta dirigida por Paco Suárez abrió la noche con el «Soy Gitano» de Camarón . Resumen de todo lo que iba a pasar allí. Los gitanos, los flamencos y Romero. Desde ese instante, el resto de figuras del plantel se colocó entre las cortinas y ya no se movió de allí. José de la Tomasa le pegó tres oles de muerte a Rancapino Chico cuando el chiclanero cantó por fandangos. El Lebrijano se emocionó con la saeta de José de la Tomasa. Diego del Morao se sentó en el cajón para escuchar el «Agua Marina» de Paco Cepero . Eva la Yerbabuena se dejó las entrañas jaleando a Marina Heredia por bulerías. Marina se dejó las quijadas diciéndole cosas a Pansequito . Pansequito le gritó un ole a Miguel Poveda por malagueñas que tembló el misterio. Poveda le dio un abrazo a la Yerbabuena después de cantarle por seguiriyas que todavía está durando. Aurora Vargas le metió las palmas por bulerías a la banda de los Gitanos. Marina abrió la cortina trasera para embelesarse con los bailes de Aurora. Y todos, absolutamente todos, sin excepción, se volvieron majaretas cuando El Lebrijano abrió los brazos por soleá y luego cantó su grito de libertad del disco «Persecución» mientras el Faraón esculpía una faena en la pantalla de las que no necesitan repetición a cámara lenta porque ya están retrasadas de tiempo en su propia concepción. La reunión fue una locura. Juan Peña acababa de llegar de Londres junto con Marina, que unas horas después tenía que estar en la Embajada de Estados Unidos para sacarse un visado. Poveda voló desde Barcelona y cuando acabó el fin de fiesta salió pitando hacia Jerez, donde actuó anoche junto con la Yerbabuena. Pero Curro, como siempre, le echó cloroformo a ese trajín y logró un estado de calma que se alargó durante tres horas porque para llegar a sus tres verónicas había que esperar. Ningún paraíso es inminente . Todo lo divino se alcanza con paciencia. ¿Cómo podía el Faraón agradecer a los artistas los cantes que le habían dedicado? Dos verónicas y media bailadas por bulerías de madrugada entre gitanos fueron la moneda con que pagó. Porque los dioses no pagan con dinero , sino con lo que más vale del mundo: la eternidad.