Flamenco SinCejilla

Los dos «oles» de José Galván, el que él se calló y el que ahora le gritamos

Entrevista al bailaor sevillano, que recibe el Tacón Flamenco, crítica del disco «Al Sur del jazz», de Andrés Barrios, y opinión sobre la polémica de Estrella Morente y la tauromaquia

José Galván actuando durante la pasada Bienal ABC

Luis Ybarra Ramírez

Su primera actuación fue al teléfono de una vecina. Una bulería de Los Paquiro que le permitió aterrizar en la radio a los 12 años. A sus padres les hacía muy poca gracia que el niño quisiera ser artista. En realidad, ninguna. Pronto mudó la voz como la piel de una serpiente y el cante se tuvo que quedar a un lado para dejar paso al baile .

Llegaron más causalidades, por supuesto, entre arrebatos quietos y poses de joven que ya encerraba tesoros de antaño. Más puertas abiertas, más oportunidades, más estar en el momento oportuno, como «cuando el embajador de Bolivia me regaló una chaqueta en la feria para poder trabajar. Sin traje, no había baile. Era el año 62, yo no tenía un duro y nos compró la vestimenta al completo a mí y a mi hermana», explica el mismo José Galván. Allí empezó todo: contrataciones, presentaciones, giras.

«Eso que tú haces está muy bien», le dijo La Paquera, escueta, directa, con 2.000 pesetas en la mano. A Farruco , en La Cochera, al grito de Martín Revuelo, Paco Taranto y Curro Fernández, le robó el aire , «aunque después me he formado solo, mirando, sintiendo». Y, en la actualidad, el artista sevillano, que lleva más de cinco décadas sobre los escenarios, será homenajeado en el Tacón Flamenco de Utrera este sábado por sus familiares y algunas de las máximas figuras del género.

Qué mal lo pasó en el 98 cuando su hijo, Israel Galván , entonces un bailaor clásico, no le dejó acudir a los ensayos de la obra «Los zapatos rojos» y se la encontró de frente como una jarrita del mar de Bering. Un golpe que no vio de lejos y del que tampoco se pudo quitar. «Pero esto qué es, por Dios. Me voy a ir del Lope de Vega sin decirle ole. Qué hace. Qué vergüenza. Uy, uy, uy…».

En un principio, no se lo esperó, pero ahora lo entiende mucho mejor: «Su concepto no está en mi onda. Él es moderno, pero también el que más trabaja de todos. Y yo he disfrutado con el tiempo de sus cosas . Una vez lo vi bailar en silencio, solo ante el sonido de la respiración del público y un pájaro, porque estábamos a la intemperie, y el pájaro cerró con él el espectáculo, piando justo en el sitio. Eso fue magia».

Su hija, Pastora, no se ha alejado demasiado de lo que él y su mujer, Eugenia de los Reyes, le inculcaron. Pero la realidad es que todos han continuado esculpiendo legados y que José Galván, de cuerpo menudo y mirada amable, sigue en las aulas regalando lecciones frente al espejo . Tiene el torso manchado de gracia. Polvo de la varita con la que algún duende le rozaría la cintura de pequeño y que él supo mostrar más tarde en los espacios de medio mundo. Lo más certero que podemos apuntar es que todo hubiese sido mucho más pobre y triste sin él . Por eso, el «ole» que se calló en aquel teatro es el que ahora le brindamos.

«Al Sur del jazz», de Andrés Barrios: la revitalización de un sonido

Es de Utrera, tiene 22 años y hace dos que ganó el Filón en el Festival de la Unión con el piano . Su primer trabajo de estudio no es flamenco . Tampoco pertenece al jazz , la música latina ni el rock con raíces , pero toma estructuras, cadencias, ritmos y texturas de todo ello. Este álbum, que sirve como carta de presentación, nos descubre a un instrumentista virtuoso en una obra a la que tal vez le falte uniformidad, pero que despliega múltiples caminos.

Cuenta con las colaboraciones de Arcángel, con el que se acerca en «Isbilya» (Sevilla) a un territorio que recuerda a Triana, Cai o Imán en el uso de sintetizadores, Rocío Márquez y Sandra Carrasco. No se acoge a los palos, que se desdibujan, sino a las esencias. Por eso, en los «Tangos del árbol viejo» vemos un tronco sabio y reseco flexionando sobre las teclas y en «Aguas del Albaicín» aparece Granada. Con «Quejío en la mina», una de las piezas fundamentales , logra niveles complejos de expresividad que aumentan a medida que la cueva se estrecha y la opacidad va ganando terreno.

Si hace décadas tan solo había un puñado de referentes al piano, como Arturo Pavón, Pepe Romero o Felipe Campuzano, el panorama hoy es cada vez más rico . Tiene entidad propia, es decir, no copia al cante ni a la guitarra, la juventud lo ha acogido con buenas manos y el horizonte desvela un confín de cosas por hacer. Esta semana se rinde tributo al rock andaluz, y Andrés Barrios forma parte de ese resultado de hibridaciones que ahora parece «vintage». No es una joya, sino la bella continuidad de algo.

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