Música

La música vuelve al teatro de la Maestranza de Sevilla

Tras más de tres meses cerrado, acogió un concierto solidario a beneficio del Banco de Alimentos en el que participó la ROSS, Gualberto y Leonor Bonilla, entre otros

Gualberto fue el primero en actuar J.M.Serrano

Luis Ybarra Ramírez

El teatro de la Maestranza no olía a cerrado, sino a ansia y soledad. También a bienvenida. A deseo al fin cumplido . A música y vueltas, en definitiva. El público, poco a poco, fue estrenando el nuevo hábito de acomodarse en un patio de butacas con incertidumbre, mirando a un lado y a otro, tratando de hacer lo correcto en todo momento sin salirse del margen de lo permitido, con mascarillas, dudas y distancias de seguridad. Y asistió, ante la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y varios artistas que también participaron de manera altruista sobre el escenario, a un doble festejo: el de la comunión que produjo el éxtasis del reencuentro y el de la certeza de estar apoyando la noble causa del Banco de Alimentos, que con los 25 euros del coste de la entrada dará de comer a una persona durante un mes .

Tras un minuto de silencio en recuerdo a las víctimas del COVID-19, donde la buena acústica no supo dónde esconder tanta palpitación y nervio contenido, y la presentación del periodista José Luis Losa, quien condujo la gala, fue Gualberto García el encargado de inaugurar este esperado regreso . Lo hizo con una breve improvisación sobre el espectáculo que presentará en la próxima Bienal de Flamenco, «Duende eléctrico», vistiendo a Oriente por Memphis en el sitar, tocando el instrumento por los trastes bajos, pausado y vibrante a una vez.

El pianista Carlos Aragón invitó acto seguido a la soprano Leonor Bonilla al campo monocromático de sus teclas: «Qui la voce sua soave... Vien diletto» de I Puritani, de Vincenzo Bellini; «Cantares», de Joaquín Turina; y la «Sevillana», de Jules Massenet, compuesta en la segunda mitad del siglo XIX. El fondo azul, las palabras claras y el alma blanca. Su voz, inquebrantable en el falsete, pintó un cristal redondo en plena noche por el que todos fuimos cayendo con sumo gusto . Inició, a golpes de algodón, el gran alumbramiento de la cita. Una obra en sí, construida en la fugacidad, pertinente y suave a los oídos de quienes la escuchamos con la lengua por los suelos.

El Coro de la Asociación de Amigos del Teatro de la Maestranza , bajo la dirección de Íñigo Sampil y en compañía de Natalia Kuchaeva y su piano, jugó por ello con algo a su favor: la entrega más absoluta. Desde el témpano cristalino en el que nos subió la joven sevillana se canta, sin duda, mejor, y lo bueno patina hacia dentro del agujero. Y se lo traga todo y todo parece radicalmente individual, pero forma parte de la misma fiesta. Puccini, Donizetti, Beethoven. Tres piezas, de «Madama Butterfly», «Anna Bolena» y «Fidelio» respectivamente, para seguir coloreando las perlas que no habíamos tenido durante mucho tiempo, quizá demasiado, alternando gargantas femeninas primero y masculinas después, creando una simbiosis perfecta que se convertiría en la antesala de la culminación.

Y la ROSS

En contra de lo que pueda parecer, este evento no fue un acercamiento a la normalidad, sino una evasión descarada por antítesis. Un trueno de belleza que al salir la ROSS se materializó con el «Concierto n° 21» de Wolfgang Amadeus Mozart para orquesta y piano junto al onubense Javier Perianes , quien en tantas ocasiones ha triunfado en este emblemático espacio que ya respira tras la tormenta. Derramaron con fluidez el lado más popular del maestro del Clasicismo. Violines, timbales, chelos, contrabajos, flautas, trompas. Fuera hacía calor y dentro teníamos una llamarada de frío atravesado y limpio. Era luz que llevábamos más de tres meses esperando. De repente, había llegado y la teníamos ahí.

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