Crítica
La música como privilegio
Ciclo 30 Aniversario:4º de abono. Ciclo Otoño (reposición)
Se dirigía por primera vez Eric Crambes al público asistente a esta última y «accidentada» cita (por los cambios de última hora y el puzle de butacas resultante: qué foto se vería desde la lámpara). Agradecía en estupendo español a la directiva de la orquesta y del teatro la oportunidad de poder tocar este concierto ya aplazado, y a los asistentes su presencia porque en París o en Italia, señalando al violista Francesco Tosco , los teatros llevan cerrados 5 ó 6 meses, por lo que poder tocar para un público es un lujo.
Y lo decía después de ofrecernos la ‘Sinfonía concertante para violín, viola y orquesta’ en Mi bemol mayor de Mozart , en donde el entendimiento entre él y el espléndido solista de la pieza y de la sección de violas de la ROSS fue destacable. Había complicidad entre ambos en una obra que, como en el ‘Divertimento’ que abría el programa, se tocaba por primera vez por la orquesta, aunque resulte increíble por la extrema popularidad de la obra.
No es habitual tener una viola como (co)protagonista, y más aún con un efecto admirable de un Mozart siempre con ganas de sorprender: la ‘scordatura’ (más propio del barroco) de las cuatro cuerdas, que subían todas un semitono (probablemente buscando un brillo añadido en la tensión de las cuerdas), que obligaba a tocar el instrumento en Re mayor para igualar el Mi bemol del violín y orquesta. De otra parte, la ordenación de las obras permitió un progresivo ‘crescendo’ instrumental, desde esta obra inicial para cuerda, siguiendo por la ‘Concertante’, a la que se le añadirían oboes y trompas, mientras en la ‘Sinfonía nº 25’ final se sumarían los fagotes.
Aunque no seamos muy partidarios de la moda de hace unos años de pasar los violines segundos al lugar de los chelos, al menos en la música no barroca (ya que aquí la idea de ‘oposición’ sí debe ser realzada), sin embargo en las obras mozartianas presentadas tenía un innegable provecho: había mucha labor melódica en los segundos, que acaso hubiera quedado oscurecida de haber mantenido su ubicación habitual, mientras que aquí los juegos de pregunta y respuesta se evidenciaban muy bien, sobre todo en los pasajes fugados, dando la sensación de que la ‘huida’ de una sección a otra era ciertamente física.
Verdad es también que nos parece que desde la gran separación entre instrumentistas con motivo de la pandemia, la claridad de cada parte se ha hecho más evidente (también cuando no unifican lo suficiente la afinación), efecto realzado por las texturas transparentes mozartianas. Otro beneficio de esta disposición es que los chelos (aquí, 3) y las violas tocaron más de frente al público, y su presencia se hacía así más patente.
Con todo, al agradecimiento antedicho siguió una propina de los solistas, un dúo para violín y viola (solos, sin orquesta), también de Mozart , que nos pareció aún más maravilloso, acaso porque no compartían la acústica con el resto de instrumentos, alcanzando así una plenitud sonora extraordinaria, sublimando aún más el entendimiento de la ‘Concertante’, especialmente manifestado en su ya muy afín segunda ‘cadenza’.
Cerraba la ‘Sinfonía nº 25’ , de la que nos quedamos con un luminosísimo primer movimiento, resplandor proveniente quizá de unos registros con frecuencia muy agudos, pero también del avenimiento de toda la cuerda, verdaderamente ajustada y consonante. Todavía podemos destacar de la obra un momento delicado y encantador -muy contrastante- de los vientos en el ‘Trio’ del ‘Minueto’.
A pesar de un programa ‘todo Mozart’, con obras no tocadas nunca por la orquesta y sin embargo todas muy conocidas, el Teatro no llegó a completar ni el 30% asignado: es el momento de estar con la música, de aprovechar un lujo único en Europa, que no se perderá si seguimos apoyándola con nuestra presencia.
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