CRÍTICA DE CINE
Mudar de vida: el riesgo como aliado del cine
La Sección Oficial del Festival de Sevilla subió de nivel gracias a las propuestas de Pietro Marcello y Porumboiu
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La Sección Oficial subió de nivel gracias a dos propuestas que suponen sendos giros en las carreras de sus cineastas. El más notable lo asume Pietro Marcello en su adaptación de «Martin Eden» de Jack London, saliendo de su zona de confort -equilibrismos e indefiniciones del planteamiento docudramático- camino de la ficción, la épica y, en definitiva, lo desconocido.
Marcello, que como los primeros cineastas del mudo parece estar aquí disfrutando del ensueño de una tabula rasa -como si recordara cuando el cine no poseía reglas fijas de continuidad y su gramática balbuceaba entre planos de distintos tamaños hasta arribar a un rostro-, no le teme a caer al vacío.
Es cierto que sus recursos de bricolaje -la irrupción del documento real y fílmico, bellos cortocircuitos verticales- palidecen frente a los de un Bellocchio, más incisivo en su materialismo, y que al final Marcello se frena para alinearse, junto a Truffaut , entre aquellos que deleitan con su manera de mirar y poner en escena a los actores (Marinelli, un imán en la segunda parte del film), pero «Martin Eden» es de esas raras películas que nos acompañan fuera de la sala.
El otro que giró algo el volante fue el rumano Porumboiu , quien en «La gomera» cae en el cine negro con la vocación de amoldar su universo sardónico y surrealizante, así como su estilo económico y sucinto, a las normas del género.
Normas que aproxima a su umbral de rompimiento (que sigue estando alto), mientras el espectador disfruta de una apertura, digamos, democrática: cuerpos, tipos y escenarios inéditos, tramas al borde de lo ridículo -con el silbo canario como catalizador- y astutas bromas cinéfilas como la del motel hitchcockiano; un ovni para agrupar con «The Hit» de Frears o la aventura almeriense de Nicholson en «Professione: reporter» . Lo abultado de la sección oficial trajo también un disgusto, «Gloria Mundi» , del veterano Guédiguian , al que soñamos resucitado tras «La villa».
Aquí, sin embargo, recae en males pretenciosos y solemnes de antaño (prestigio de lo serio desde «La ciudad está tranquila»), evidenciando, en resumen, que a su particular comedia humana proletaria le conviene antes un soleado brechtianismo agridulce que estas alegorías trágicas sobre un presente que lo ha desbordado.
Ayer, asimismo, se programó una de las joyas escondidas del festival, las «Danses macabres» de Rita Azevedo y Pierre Léon , donde se acompaña, al tiempo que discurre por lo específico de esta iconografía de postrimerías, al más secreto y profundo teórico del cine en activo, aquí autodefinido como un sentimental entre imágenes.
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