Crítica de Danza

El miedo y la emoción de Lisbeth Gruwez

Estreno en España de la última coreografía de la creadora belga

Momento de «We’re pretty fuckin’ far from okay» ABC

Marta Carrasco

La danza belga tiene en plenas facultades y trabajando a destajo a algunos «monstruos» vivos que no dejan a nuevas generaciones despuntar fuera de sus fronteras como merecerían. Personalidades como Jan Fabre , Win Vandekeybus o Anne Teresa de Keersmaeker , «ocultan» de alguna manera el talento de bailarines y coreógrafos que incluso empezaron con ellos en sus escuelas y compañías.

Este es el caso de Lisbeth Gruwez una bailarina y coreógrafa que comenzó en la acreditada escuela P.A.R.T.S y continuó trabajando con Jan Fabre en su compañía Troubleyn desde el año 1999. Es precisamente en esta compañía donde conoce al músico Maarten Van Cauwenberghe y juntos crean Voetvolk una compañía con la que presentan su primer trabajo en 2007. Desde entonces han presentado siete montajes, dúos o solos.

«We’re pretty fuckin’ far from okay» es la tercera obra de una trilogía que comenzó con «AH/HA» en 2014 y continuó en 2015 con el sólo «Libeth Gruwez dances Bob Dylan» en 2015 y termina ahora.

Para esta coreógrafa el concepto de danza no puede ir separado del de performance , por eso la práctica física de la danza no es ya suficiente para la creación. En «We’re pretty....» los miedos racionales e irracionales de los dos intérpretes deben salir de forma controlada o descontrolada.

Dos sillas en el escenario, de la que no se levantan en una primera parte.. parecen inmóviles, pegados, pero poco a poco van lentamente buscando sus propios cuerpos. Los movimientos son muy lentos, tiran de sus brazos, de sus piernas. La tensión es enorme. El espacio sonoro está ejecutado en directo por Van Cauwenberghe ; la luz, primero en picado sobre los intérpretes va marcando las diferentes etapas de la obra, cuando se tranforma en seis enormes fluorescentes o cuando al final va cerrando el espacio arrinconado contra la pared de fondo a los bailarines, hasta encerrarlos en oscuro.

Los intérpretes bailan con la cara , con las extremidades, su respiración se acelera, suben sobre las sillas, su rostro expresa miedo, desconcierto, se levantan de las sillas, la música es atronadora.. y de repente para, y seis fluorescentes iluminan con una luz fría. Los bailarines se quedan quietos, bailan sujetándose uno a otro, y continúa el suspense, como si fuera una película de Hitchcock..., hasta que el final ambos acaban con movimientos convulsos y finalmente apagados por la propia luz.

La obra es fascinante . La idea de intentar desarrollar el miedo y compartirlo de esta forma es de una aterradora realidad, pues consiguen que el público se introduzca en las mismas angustias que los bailarines. La danza es intensa, performática, sugerente y dramática. Si genial es Libeth Gruwez, Nicolas Vladyslav no le va a la zaga. Ambos conforman un dúo lleno de poesía, como cuando los dos, después de arrebatadores movimientos, suben sus brazos en gesto de rendición. Es como una marea eterna de movimientos.

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