Crítica de musica
Mestizajes en el Teatro de la Maestranza de Sevilla
«Gugurumbé» se reveló como un estupendo espectáculo mestizo más allá de etiquetas y adscripciones genéricas
Fahmi Alqha i es imagen viva de mestizaje , por orígenes, vida y sentimiento. Ser militante roquero y flamenco lo sitúa en una atalaya desde la que se ve de forma distinta el barroco español de América, en el que, a la vez, confluyen los ritmos indios y los africanos de los esclavos.
Por eso, el punto de encuentro del que parte y unifica su discurso es la «ensalada» , forma musical popularizada por Mateo Flecha «el viejo» y en concreto -confiesa el músico- «La negrina», que anticipa los colores rítmicos motrices. Es algo que, como él mismo dice, no tiene etiquetas , donde puede entrar de todo, por lo que no es un concierto de música antigua , ni de flamenco ni de danza , sino acaso un espectáculo «mestizo» , una «performance». De ahí también la megafonía, la preciosa iluminación y el ayuntamiento de mundos a veces enfrentados. Desde luego, es otra cosa.
Y sobresalieron los protagonistas , desde la fantástica Accademia del Piacere que regenta Alqhai hasta los artistas flamencos, como el percusionista Agustín Diassera y sobre todo el guitarrista Dani de Morón , no sólo por su depurada técnica, sino por dar un paso más en el camino de los atrevimientos armónicos flamencos, actuando puntualmente como director musical («Fandangos», por ejemplo).
En lo vocal, oímos por un lado el cielo convertido en la voz de Nurial Rial , fijándonos especialmente en algo que podría considerarse otra «transgresión»: incluir en el programa música del siglo XX. Además de «La Negra Atilia», de Pablo Camacaro , la «Canción de cuna para dormir a un negrito», de Montsavatge , se abría con un impresionante solo de viola de Fahmi, destacando en ella igualmente sus arreglos para las violas, de efecto amenazante, que extendió más allá de las disonancias originales y sobre la cual flotaba en el aire la voz etérea de Rial; por el lado flamenco, el cante amplio, generoso, limpio de Rocío Márquez , sólo contrapesado por el vibrato aleteante y continuo que ha incorporado a su forma de cantar.
El baile que dirigía con buen criterio Antonio Ruz contraponía a una española y a una esclava «negra», cada una con vestuario, ademanes y ritmos identitarios, y en el que junto al buen hacer de Mónica Iglesias destacó el movimiento subyugante de la venezolana Ellavled Alcano . Todo confluía en un final burbujeante con la «Cachua serranita» y «Tonada El congo» del breve pero intenso Códice Trujillo del Perú.
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