Bienal de Flamenco de Sevilla
Manuel de la Luz, la clave es el talento
El guitarrista onubense ha presentado con éxito su segundo trabajo discográfico en el Alcázar de Sevilla
Manuel de la Luz toca a la sombra de sus composiciones, como si un vasto mundo interior emanase a golpes de algodón en sus manos y él se dedicara en exclusiva a contemplar una obra que es suya. Que está encerrada en él. No busca la complicidad con el público, sino que deja a lo ya ideado actuar solo. Su técnica es lúcida, evita laberintos superfluos y pone rumbo fijo a la belleza de las melodías con la guadaña del frío siempre acechando, pero nunca cediendo a ella. Un músico con genialidad bajo el cráneo, vaya, intimista autor de mirada esquiva que presume sin partirse las manos ni atragantarse con la miel, en voz baja, acunando con mimo su nueva creación, «Mi clave», que así lo merece, y otros temas anteriores.
No afina. Se sienta y toca al aire una taranta que le amanece por Almonaster, exhalando para no perderle el pulso al mástil de la guitarra abierto. Cambia el cobre por plomo en la soleá , titulada «de la Mina». Sin cejilla, como habitualmente hace el que desde el patio lo contempla con ojos de inspector amigo, y maestro: Rafael Riqueni. Bulerías por Chucena, trémolos en Granada. El cante de Olivia Molina armoniza también sus ideas junto a las percusiones, el violín de Alexis Lefévre y los vientos de Francisco Roca. A Huelva por fandangos y a la tierra en la seguirilla que dedicó a Enrique El Extremeño, a quien habrá que escuchar en el álbum. Los Mellis están bien, pero El Extremeño... Bueno. Recibe las guajiras con magia en los trastes, todavía desnudos, y deja allí parte de lo más enjundioso del recital. Boleros , una media sonrisa, la sonoridad llevada a un extremo del diapasón.
Las palomas acuden con sumo gusto a dormir en la boca de su instrumento porque hay paz en él. El camino que hace tiempo tomó se confirma aquí y todos hemos de celebrarlo. Es joven y pausado, parco en emociones lúdicas, pero con pasión por expresar sin efectismos. En los 70 se impuso aquello de que cada guitarrista debía poseer en su discografía una rumba icónica: «Entre dos aguas», «Caballo negro», «Amuleto». Salvando estas anchas distancias, el onubense ya tiene la suya propia. Se llama «Mi clave», resulta desprovista de excusas y la hemos conocido desde la trinchera del talento.
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