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Lole Montoya, los olores de una generación

La cantaora de Triana será homenajeada este domingo en el Cartuja Center, reseña del disco de Ezequiel Benítez y opinión sobre el cartel de la Semana Flamenca de Paradas

Lole Montoya durante una entrevista para ABC ABC

Luis Ybarra Ramírez

A menta y canela. Y pan nuevo. Y campo en abril. Y arroyos claros. Y fuentes serenas. Los años 70 olían a fragancias a veces equidistantes, aunque casi siempre compactas, por culpa de un dúo que revolucionó el panorama de la forma aparentemente más sencilla : uno que cante y otro que toque. Yo soy Lole y tú Manuel. Así que el nombre lo tuvieron resuelto tras alguna sugerencia comercial.

Llegaron con ellos los aromas de la bulería lenta, las letras que hablan de lunas que se asoman a la plaza del romero y los ríos que dudan porque tienen vida. Genialidades escritas en servilletas traslúcidas por el café y la cerveza entre los dedos del poeta Juan Manuel Flores y el propio Manuel Molina . Una voz al cielo, angelical, la de la hija de Antonia La Negra, quien fue la primera en cantar flamenco en árabe. La niña era Lole. Y con ella estaba Manuel. Los dos.

Este domingo, coincidiendo con el Día de la Mujer, se le va a rendir tributo a ella en el Cartuja Center con un elenco muy variado de artistas. El cartel, en realidad, es un reflejo de los aficionados a su música. Hay de todo, porque todos los que se asomaron a ese universo de confines, charcos y estrellas quedaron atrapados en él. Por eso, están las cantaoras Estrella Morente, Rocío Márquez, María Toledo y Niña Pastori. Pero también La Mari de Chambao, Pasión Vega o Diana Navarro, entre otras. Voces femeninas que cantarán a la madre de una generación que pasó del blanco y negro a los mil colores. «Que grite la flor y calle el cardo», exclamó. Y sin dudarlo la siguieron.

Son muy pocos los que han conseguido abrir el cante al gran público . Y ellos ocupan gran parte de ese protagonismo que comparten con otras figuras como, por ejemplo, Camarón. Encabezaron los festivales en un momento de efervescencia creativa, en el que el mundo anglosajón llamaba con fuerza por los oídos de los jóvenes. Gustaron y arrasaron en las tiendas de discos, que entonces había algo de eso, y en las radios y los directos, ante los que incluso podían permitirse el lujo de exigir ciertas cláusulas. Que mandaban, vaya. También compusieron la única canción en castellano que ha desembarcado en la filmografía del director estadounidense Quentin Tarantino , que apostó por lo genuino en «Kill Bill Volumen 2». Ahí suena el místico «Tu mirá».

«Nuevo día», «Pasaje del agua», el llamado «Romero verde», «Al alba con alegría» o «Casta» encierran ese olor adictivo que levantó una puerta de entrada ancha en medio de la nada. O en medio de muchas otras cosas. Porque ellos, Lole y Manuel, tan solo recogieron un legado riquísimo y lo aliñaron con manojos valiosos de buen gusto. Con un talento que solo entiende de libertad y mieles . De especias que nacieron aquí y se proclamaron universales. Esencia de los espacios infinitos.

«Ilus3», de Ezequiel Benítez: ese disco que gusta incluso a quienes no son aficionados

El jerezano es uno de los artistas que mejor se ha comportado en el estudio en el último lustro. Por calidad, por volumen y por combinar a la perfección en la trilogía que termina con la entrega de «Ilus3» los legados conocidos con los empolvados, los cantes en desuso con los más populares. Letras nuevas y viejas, melodías antiguas, detalles personales, albercas de gracia en las que no se bañaba nadie desde hacía un siglo. No es el mejor cantaor, sino el que ha logrado uno de los resultados más equilibrados en sus trabajos recientes . En un tiempo, además, en el que pocos cuidan su discografía. Cara de niño, garganta en flor, giro atávico. Benítez es una rareza que hay que disfrutar.

No tiene dotes de virtuoso, pero lo apuesta todo a la sencillez y el gusto. Escuchen si no el taranto de Manuel Torre, que en ningún momento busca sorprender. La entrada por bulerías es de Manolito de María. Y en la fiesta final saca banderas de uvas que se hacen vino entre los microsurcos: El Torta, Fernando de la Morena, Turronero... A los fandangos de Lucena llega tocando la puerta de Tomás Pavón. La liviana se musicaliza hasta la cabal y los tanguillos traen el ritmo carnavalero al que también se ha asomado en varias ocasiones y que ya registró en «Caijerez». No le sobra una queja a la bulería por soleá, siempre cortita, siempre al tuétano secundado por la guitarra de Paco León. Y le queda, en definitiva, uno de esos álbumes que los que somos aficionados podemos mostrar sin riesgos a los que no lo son . Que ya es mucho.

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