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Jesús Heredia: «De los jóvenes, soy el saetero más veterano»
Este es el primer año tras más de cincuenta que el cantaor criado en Triana no canta su tradiconal saeta en las calles de Sevilla
Asiduo de las bullas más densas y de la Campana. De los alféizares y las barandillas de la Sevilla que en Semana Santa se asoma a rezarle al aire entre la multitud. Jesús Heredia se ha convertido en el saetero más experimentado de la ciudad. A sus 86 años, ninguno le iguala en apuros en la garganta , pues nadie guarda tantos como él y continúa en activo, con nervio y, en cierto modo, juventud. Nació en Écija y debutó en las grandes compañías al término de la Ópera Flamenca, por lo que conoció a los maestros de aquel tiempo. Cultiva el cante sin aditivos y este 2020 le han echado un velo oscuro y sin escrúpulos a una racha que él pretendía prolongar hasta el final de sus días. El «virivuru» ese maldito , como él lo llama, que le impide por primera vez hacer lo que más le gusta .
¿Cómo sienta eso de ser el más veterano de los cantaores de la ciudad?
De los jóvenes, soy el más veterano. Eso es.
¿Quiénes son los jóvenes?
Los que estamos vivos. Antonio Chacón y todos esos ya no.
Este es el primer año que se queda sin cantar saeta. ¿Cuántos ha estado seguidos sin faltar?
Muchísimos. Empecé en los 60 y hasta ahora. Un año, de joven, llegué a cantar más de cien saetas en una misma semana. Menos mal que la mía siempre ha sido cortita. Mejor o peor, yo me he hartado.
¿Recuerda la primera?
Sí. Fue en esa década a Los Negritos. Me vió un tipo que era conocido de Rafael de León y me llevó con él toda la Madrugá
¿Qué ocurrió esa noche?
Me presentaron a Rafael de León. Él me decía la letra y yo la interpretaba. Primero fuimos al Silencio, después al Gran Poder y luego a La Macarena. Cuando llegó el Sentencia, este hombre me dijo que él no tenía letra para ese paso e hice una que yo conocía: «De tumulto y turbulencia, Pilatos está rodeado...». Yo lo pronunciaba mal, y decía «tu burto». Repetí la misma varios años seguidos y cada vez había más mariquitas invitados por Rafael de León que venían a escucharme. A la tercera que la hice, ya me extrañó, pensé que ahí pasaba algo y pregunté. «Pues mira, pasa lo siguiente...». Nos reímos y ya pulí bien la palabra. El «burto» de Pilatos... Ay, esa fue buena.
¿Cuál ha sido la mejor saeta que ha escuchado?
A mí me ha gustado todo el que la ha hecho con verdad, pero el mejor de todos los tiempos ha sido Antonio Mairena, y mira que he visto a los más grandes... Su hermano Manuel también era muy bueno, eh. Tuve la suerte de cantar con los dos.
¿Qué consejo le da a los saeteros de hoy, los que son aún más jóvenes que usted?
Pues que le quiten a la saeta la «s» del final. Que canten saeta, vaya. No saetas. Más cortita, por favor.
Rogelio Barrera y su saeta carcelera
Hay una saeta corta que no busca gustar, sino doler. Un rezo cantado que todavía se cultiva en algunas localizaciones, como Jerez de la Frontera. Su antítesis es la carcelera, una pieza musicalizada donde relucen las facultades del intérprete y los tonos juguetean por mayores en un vaivén continuo que se prolonga en el tiempo. Es presumida y compleja, y se encuentra tan en desuso como esa saeta por seguirilla que encadena un gemido tan verdadero que nunca lleva adorno.
Pocos cantaores han hecho escuela con la carcelera, la bella, la densa, la rara. Tal vez solo uno, Rogelio Barrera, de Huévar , a quien deben descubrir de inmediato en Youtube para saber de dónde la aprendieron Manuel Cuevas, Kiki de Castilblanco o Lidia Montero. Ese guarda jurado de profesión y devoto de los balcones al término del redoble de un tambor conquistó el Aljarafe de marzo y de abril durante cinco décadas. Voz laína, falsete grande, pulmón abierto. Espina dorsal, en definitiva, de un estilo que este año sí que nadie va a escuchar . De una lucecilla que se apaga en medio de un montón de cosas.
«Manolo Sanlúcar, el legado», la guitarra de Andalucía
Queda un regusto y una pena tras el visionado del documental que Juanma Suárez ha dirigido sobre la figura de Manolo Sanlúcar. La sensación de que esta pieza de apenas una hora debería ser obligatoria en las escuelas de Andalucía y la certeza de que nunca lo será. Y ahí estoy: entusiasmado con los planos aéreos de una localidad que se descubre con magia entre lo dulce y lo salado, enredado entre las seis cuerdas de un intelectual que lleva décadas baldeando raíces y alas. A base de conocimiento y responsabilidad. De divulgación y composición con el arte colocado en la boca de su instrumento para terminar revelándose tan personal y como del pueblo. Popular a un tiempo y extremadamente culto.
Escritores, alumnos, periodistas, amigos, familiares y el propio Manolo Sanlúcar se enfrentan a un primer plano para repasar su compromiso y su trayectoria . Pasitos cortos y firmes que le permitieron codearse de niño con Marchena por un lado y La Niña de los Peines por otro. Con La Paquera después. Y con Agujetas. Y con Morente. Y con todos. Cimentó sobre el toque clásico su obra y dejó un solo tema para que pudiese sonar algo en la radio: «Caballo negro». Lució intimista en la sinfonía, pintó horizontes de manzanilla y roble y su legado se ha cristalizado en esta película cargada de sensibilidad y cercanía. «En mi música está mi gente» , comenta frente a la cámara. Luego plantea un reto: «Dijo a la lengua el suspiro/échate a buscar palabras/que digan lo que yo digo. Traduce ahora eso».
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