CRÍTICA DE MÚSICA CLÁSICA
Intensidad sonora
La violinista Akiko Suwanai brilló en su interpretación del ‘Concierto para violín nº 1’ de Prokofiev
El ‘Concierto para violín nº 1’ de Prokofiev lo tocan todos los grandes violinistas, y por eso tenemos casi tantos enfoques como grandes intérpretes; personalmente, no imaginamos, sobre todo para buena parte del primer movimiento y otro tanto del segundo, una lectura edulcorada sobre una escritura casi imposible de tocar. Siempre se nos viene a la cabeza un sonido parecido al que le oímos a Frank Peter Zimmermann en aquella mítica interpretación de ‘A la memoria de un ángel’ de Berg: áspero, descarnado, sin concesiones (de hecho, no hemos encontrado ningún disco con la grabación de este concierto por el solista alemán, pero sí en youtube, donde nos vuelve a embrujar). Suwanai es alta, enjuta, fibrosa, y toca un increíble Guarneri del Gesù , poderoso, de subyugante sonido, que en manos de la solista japonesa en los primeros compases, sonó hosco, seco, áspero, acentuado por un arco hostil y sin vibrato. Tremendo. A la vez, el director había concebido la orquesta como un conjunto de cámara en constante parlamento con el violín. Todo el concierto el violín hace uso -y en algún momento abuso- de las notas más agudas, ya naturales, ya por armónicos, a veces llevando la melodía, más constantes staccatos, arpegios vertiginosos, glissandi en todas sus formas, etc. Pero aparte del espectáculo, que se acrecienta en el ‘Vivacissimo’, es la intensidad que crea, el clímax expansivo, el que no deja de absorbernos. En el tercero movimiento la violinista volvió al vibrato, a una melodía más amable, sobre una orquesta ya al completo y en su papel de acompañante: cada movimiento había tenido un enfoque distinto, porque Prokofiev mantiene la unidad en la diferencia.
Y si el seguimiento de Tomillo había sido consecuente con el violín, con igual seriedad se planteó Brahms . Lo dirigió de memoria, y a lo mejor es pronto todavía, porque algunas entradas a los músicos se omitieron, si bien es verdad que no tuvo consecuencia alguna en el decurso de la obra. También advertimos que dirige con una marcación enfática del pulso (debe acabar agotado), que seguramente con el tiempo se irá estilizando; pero desde luego no podrán decir que se perdieron. Lo que sí nos dejó claro es que es un gran director, que hubo un enorme trabajo con los distintos planos sonoros de la orquesta, potenciando los diálogos entre secciones, los protagonismos de estas, y que mimó los intensos solos de oboe de Sarah Roper , que favoreció el solo seductor de Crambes, que finalizó el tercer movimiento con las maderas casi flotando, que preparó la entrada de trompa de Morillo, y primó a los contrabajos, cuyo sonido más presente benefició el equilibrio y empaque de la sinfonía. Por cierto, un generoso centro de flores terminó de favorecer este clima de esperanza para estos tiempos inciertos.
Noticias relacionadas