Crítica de teatro
«Hoy puede ser mi gran noche»: Imprimir la pequeña leyenda
La actriz Noemí Rodríguez reivindica en este «one-man show» la potencia del teatro para vampirizar la realidad
Con Teatro En Vilo se instala una escena frágil donde los cuerpos —un par— deben encauzarlo todo. Es decir, para que el ligero entramado funcione, para que el límite que señalan la pequeña pantalla de fragmentos televisivos y el órgano acompañante no se vea como algo decididamente pobre y ridículo, las actrices deben ejecutar un ejercicio que no difiere demasiado del que los equilibristas llevan a cabo en la cuerda tensa, bajo la carpa del circo. Todo o nada, en definitiva.
Así, «Hoy puede ser mi gran noche», sobre todo comedia, pero también pequeño musical nostálgico , drama galaico, autoficción mentirosa y cuento moral , necesita a la fuerza ir poco a poco calentándose y superar los primeros titubeos ante el abismo.
Se trata de un vértigo que fácilmente se traspasa al espectador —quizá en el debut incluso se agradezca ir enmascarados— y donde se cobija una vergüenza —propia y ajena—, un miedo «del directo», que alimenta la intimidad última de esta versión del complejo de Electra atravesada por el (duro) imaginario catódico de los noventa: Azúcar Moreno , «Lluvia de estrellas», Bertín Osborne o Freddie Mercury y Montserrat C aballé en aquel dúo inverosímil.
Que desde aquí, de estos mimbres, se extraiga algo parecido a una enseñanza transmisible , se tejan emociones con sentidos a partir de una narración que, si bien cómica, no oculta, como en las viejas «novelas de formación» , su espesor de revelaciones y renuncias, se debe a Noemí Rodríguez , el médium necesario.
En el «one-woman-show» que en el fondo estructura el espectáculo, la actriz reivindica la potencia del teatro para vampirizar la realidad . Los lindes del discurso confesional, de lo docudramatico, tan en boga en nuestra actualidad egocéntrica e identitaria, siempre resultarán más estrechos y estériles que los propuestos por la palabra de los falsarios, ahí donde la mentira —construida desde las virtualidades de lo real— nos susurra sus capacidades de transformación. De esta manera se hace posible que de la Galicia modesta de orquestas de verano y quimeras reposadas en orujo se nos hable en el idioma universal .
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