En la muerte de Aquilino Duque
Un hombre genial y de cultura profunda
Aquilino era un hombre de mente abierta que encajaba muy bien la crítica constructiva y que no ha dejado de escribir hasta su último día
Como le he leído en varias ocasiones a mi querido y admirado Antonio Burgos , hay personas que no necesitan apellido ni apelativo ninguno para que se les conozca. Con decir el nombre basta y ese ha sido, es y será el caso de Aquilino Duque . Solía decir que él era Duque por nacimiento y Aquilino por bautismo. Pues bien: en su caso prevaleció el bautismo.
Aquilino era un hombre genial. Con un fuerte carácter que le permitió ganarse la vida como ciudadano del mundo, con una cultura profunda. Satisfecho con sus filias y sus fobias, era sobre todo un gran escritor con la poesía como faro. Aunque su Premio Nacional de Literatura lo consiguiera con una novela, ‘El mono azul’ , su poesía ha sobresalido de sus otras obras narrativas o ensayísticas, a pesar de que cualquiera de ellas era un placer para los sentidos por su viveza, buena prosa y un oculto y socarrón sentido del humor, a veces con caracteres en blanco y negro.
Lo conocí hace ya veinticinco años, cuando ingresé en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras y él era allí uno de los grandes factótuns. Entonces nuestra relación era más distante porque mi bisoñez me impedía acercarme a él. Pero hace ya bastante tiempo que me hizo el honor de introducirme en un amplio círculo de amigos de redes sociales lo que nos daba la posibilidad de hablar y comentar sobre lo divino y lo humano. Se equivoca quien piense en Aquilino como un hombre aferrado a sus ideas o que se había quedado anticuado. Todo lo contrario. Era un hombre de mente abierta que encajaba muy bien la crítica constructiva y que no ha dejado de escribir hasta su último día. Hace tres, nos envió a todos los académicos, como si fuera su despedida, un largo artículo sobre su amistad con el marqués de Tamarón, lleno de anécdotas y curiosidades.
Amaba la naturaleza como su mujer, Sally , presidenta durante muchos años de la Asociación Amigos de los Jardines , y disfrutaba de ella en su muy agradable casa de Bormujos , un hogar abierto a los amigos, con la misma apertura de mente que prodigaban sus dueños. A su esposa y a sus hijos, sobre todo a Adriano , que fue quien me puso sobre aviso de que la salud de su padre no era todo lo fuerte que aparentaba, un abrazo apesadumbrado por la noticia de su inesperada muerte. La muerte de un hombre genial, como he dicho al comienzo, que pasará a la historia como uno de los mejores literatos sevillanos que parecía afincado en el siglo XX, pero que había sobrepasado con mucho el XXI. Descanse en paz.
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