Flamenco Viene del Sur

La fiesta impostada en el teatro Central

Los artistas Pepe Torres, uno de los más acertados, Manuela Ríos, Juanfra Carrasco, Manuel Tañé, José Lérida, Pedro María Peña y Rafael Rodríguez El Cabeza han actuado dentro del ciclo «Flamenco viene del Sur»

Imagen de archivo del bailaor Pepe Torres J. Fernández

Luis Ybarra Ramírez

Todo jugaba en su contra: el horario, el aforo reducido, las mascarillas, el silencio temprano al que con resignación nos hemos ido acostumbrando. En el cartel, lucía lo que todos ansiamos: la fiesta, flamenca, en este caso. Y, sobre el escenario, su recreación. O su impostura, más bien. Lo que tendría que surgir a base de fuego y vaso, de tiempo, junto a la charla y con espectadores que de pronto son compañeros espontáneos, aterrizó como un témpano de hielo sobre las tablas , que disponían de gradas al frente y a sus laterales. Qué complejidad. Arrancar por el clímax lo que aún no se ha cuajado. Salir ahí con la voz quebrada de Juanfra Carrasco a pronunciar al primer minuto una de esas bulerías que deben atemperarse después de una tarde en la silla. Lo hace de pronto, porque así ha de ser. Con una risa obligada. Un alborozo fingido. Un ole de oficio.

Pepe Torres, Manuela Ríos, Manuel Tañé, José Lérida, Pedro María Peña y Rafael Rodríguez El Cabeza completan el elenco. Bailaor y bailaora, joven cantaor y veterano, guitarras cruentas y con calidad compositiva, palmas, jaleos. La ceremonia tiene todos los ingredientes para su celebración, menos uno: el motivo . El reto de quienes se entregan es mayúsculo: encender lo que está mojado y sin mecha, festejar algo allí donde gobierna lo desértico.

Se intercambian las quejas de pie y sentados. Un fandango caracolero de Carrasco con el timbre de Farina por aquí, una seguirilla de Manuel Molina con el eco del Torre por parte de Tañé por allá. El baile se despliega por tangos y por soleá por bulería. José Lérida susurra afable una soleá, ya de vuelta. Todo discurre correcto, pero nada parece funcionar de verdad; la naturalidad es un imposible. Pepe Torres tira de oficio y deja caer un par de destellos por las piernas. También El Cabeza sonríe con las seis cuerdas falsetas de callejón y luna. Pero no mucho más. Solo eso.

Eran las cinco de la tarde en todos los relojes cuando se adentraron en la última bulería. Con el mismo frío del comienzo, la misma teatralización, el mismo gesto de actor. Más pendientes ya de echar la verja que de invocar a los duendes, que no aparecieron por allí . El intento de mostrar un pedazo de cultura genuina en su estado primigenio se desvanece entonces al completo. No es culpa de los artistas en sí, sino del aura ennegrecida que los rodea. Lo volvemos a hacer otro día que podamos estar hasta la una de la mañana. Sin prisa. Sin guion. Como suceda.

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