Festival de Sevilla de cine europeo

A la espera de un merecido oasis

«Sweat» y «DAU. Natasha», dos títulos que pusieron la nota truculenta de la jornada en la Sección Oficial

Fotograma de la película «Sweat» que compite en el Festival de Sevilla ABC

Alfonso Crespo

La jornada truculenta en la competición, inevitable para la consolidación de la «pose europea» —el cine «que no deja indiferente», ya saben—, la abrió «Sweat», que junto a «Gagarine» , ambos títulos bajo el sello del interrumpido festival de Cannes , confirman que la suspensión de la edición de este año quizás no fuera mala cosa.

La película de Magnus von Horn no esconde su condición de cine ilustrativo, carne de «cinefórum» con apetencia por el debate sociológico después de la proyección, y tiene a una hiperactiva «influencer» polaca de protagonista: una joven dedicada al «fitness» que comienza a añadir vídeos personales en la comunicación con sus seguidores en gesto que implica, tanto una posible táctica comercial, como el reflejo de una vida inane bajo las apariencias del éxito.

El cineasta, a falta de mirada y de pulso para la «estética del seguimiento» tipo Dardenne —la posibilidad de rendir honores al cine como «asíntota de la realidad», en bella expresión de Bazin —, sólo es capaz de combatir el fuego con el fuego, y será a partir de más sociología (la intromisión de un «follower» desequilibrado que depara el aparte hemoglobínico con el que contrastar el universo higiénico del «like» y el emoticono) que von Horn pretende solucionar la fórmula.

Hubiera sido milagroso («Tortura y sexo explícito», rezaba uno de los titulares tras su paso por la Berlinale ) que el proyecto «DAU» no nos salpicara antes de tiempo en Sevilla, y aquí tienen un adelanto de algo más de dos horas de las setecientas que irán nutriendo las películas —ya hay varias en el mercado— que Ilya Khrzhanovsky ha concebido junto a su equipo en el estudio-hangar donde recreó su ciudad totalitaria, inspirada en el stalinismo y su herencia, junto a técnicos, actores no profesionales y extras que han convivido unos diez años.

«DAU. Natasha» pone en el centro a la responsable de la cantina del instituto de investigación secreto soviético donde se desarrolla buena parte del ciclo, y ofrece, temática y expresivamente, todo lo que uno esperaría encontrar en un proyecto de similares características: extenuación de la gramática de planos (cámara flotante, espía, cuyo flujo se interrumpe por micro-elipsis nerviosas y en ocasiones apenas perceptibles), favorecimiento del conflicto corporal y la refriega física, ambigüedad en el pasaje entre ficción y registro, o propensión a la mostración (de sexo y violencia ) como ineludible efecto de la «explotación» del tiempo real, de la duración casi intacta. Al final, en el porno pseudo-histórico ganan, sobre todo, los atrezzistas, y sigue resultando difícil no sentir una extraña mezcla de compasión y rechazo por sus intérpretes.

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