Festival de Sevilla de cine europeo
Elogiemos ahora a hombres famosos
Tras los últimos títulos en competición el descanso retiniano llegó de la mano de la película búlgara «February»
«February» proporciona el descanso retiniano que anhelábamos después de los últimos títulos en competición. El búlgaro Kamen Kalev está lejos de haber inventado la pólvora —este terreno está muy bien roturado, por ejemplo, por el italiano Piavoli , y fue punta de lanza del convencimiento ético-estético de algunos inolvidables portugueses, telúricos y arqueólogos (los Campos, Reis, Serra , etc.)—, pero visto lo visto hay que seguir apoyando a los cineastas que se paran a filmar el viento y aún reparan en el «movimiento de las cosas».
Así, la vida en tres tiempos —el despertar infantil, la juventud invencible y la edad declinante, en línea con el famoso tríptico de Ray— de un mismo hombre le permite a Kalev proponer un mundo donde la imagen pesa como si fuera, además de efecto de la mirada, depositaria de una memoria colectiva , que avanza pero para morderse la cola.
Como la sección oficial nos deja respirar, aprovechamos para dedicarle unas líneas a «Nueve Sevillas» de Gonzalo García-Pelayo y Pedro G. Romero , dos artistas en órbitas cercanas y diálogo fructífero desde hace años. Si ya en el comienzo se explicita la vocación por reanimar y sobrescribir «Vivir en Sevilla» (1978), sería igualmente imaginable tirar de otro cabo, como si ese western de pioneros que fue «Rocío y José» (1983) hubiera hallado ahora un reposado crepúsculo, su «dos cabalgan juntos», como Gonzalo y su hermano Javier erran por una ciudad con casi más ausencias que presencias, y Pelayo y Pedro se proponen compartir inquietudes.
Película que nace de un cartel, de un anuncio festero, y que proclama su condición de ensayo sorprendiendo el de algunos artistas afines en un gesto «godardiano» que invita a la celebración del cine como trabajo colectivo en el alambre, «Nueve Sevillas» recapitula en otras tantas biografías el ideario, caro a ambos autores, del flamenco como «forma de vida», una que aún atiende a la rima aberrante y al devenir animal.
Entre bestias y bichos —que anuncian el extrañamiento y la incertidumbre de la posibilidad estética— y a sabiendas de que «el público es la muerte», como dice Dominguín en «Les anges exterminateurs» de Mitrani y Bergamín , podría pensarse en esta película —nos dona la idea el querido Víctor J. Vázquez — como en una corrida irregular —algún toro resabiado, otros ingenuos— que le presenta el demiurgo ganadero Pedro G. a un Pelayo esforzado, que se crece y hasta se gusta, sin percatarse de que el deambular de su presencia, su porte de Quijote cansado , transparenta esa actitud generosa, esa curiosidad frente a lo diverso que aquí se comparte y que denota una toma de posición frente al mundo.
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