Festival de Sevilla de cine europeo

Echando de menos (bastante) al cine moderno

De la jornada dominical quedaba pendiente otra película en competición, «Gagarine»

Fotograma de «Ammonite», de Francis Lee ABC

Alfonso Crespo

De la jornada dominical del Festival de Sevilla de cine europeo quedaba pendiente otra película en competición, «Gagarine» , de los debutantes Liatard y Trouilh , que intentaron conmovernos a toda costa, pero sin correr el mínimo riesgo.

El edificio colmena de viviendas sociales (las torres Gagarin) que el joven Yuri se obceca en defender de la piqueta ya no tiene que ver con los siniestros compartimentos de la periferia que abriera en canal Jean-Claude Brisseau ( «La vie comme ça», «Les ombres» ) en sus primeros largometrajes, allí donde la poesía —la pulsión imaginaria del desclasado— sobrevenía con una pureza y frialdad inasumibles para cualquier otro, sino que se traviste de decorado multicultural donde la fantasía campa a sus anchas.

Esta fábula acolchada de buenas intenciones hubiera necesitado del músculo de un Bill Forsyth o un Aki Kaurismäki , es decir, de un compromiso con las formas, para transmitir algo más que desazón.

El «Retrato de una mujer en llamas» de este año lo pinta en «Ammonite» Francis Lee , de quien tampoco puede decirse que se haya metido aquí, precisamente, en un brete: oblicuo «biopic» de Mary Anning ( Kate Winslet en su ya clásico registro hosco), olvidada paleontóloga de influencia clave en las teorías darwinianas, que se condensa en su relación lésbica con una joven malcasada ( Saoirse Ronan , comodísima ya con corsé).

Lee , remando a favor de corriente y pertrechado tras un guión previsible que es posible deletrear desde el arranque, hasta se atreve, llegado el momento, con la metáfora del insecto atrapado en un vaso para hablar de sus personajes. Un hombre sin duda sensible y biempensante; hay días que cuesta creer que la modernidad del cine tuviera lugar.

Desde Polonia, por último, otra pareja, la formada por Szumowska y Englert, se aprovecha de la desmemoria potencial de los festivales para colocar «Nunca volverá a nevar» , un astuto híbrido entre «Teorema» y «Stalker» donde sus ingredientes se añaden y remueven en la papilla alegórica tradicional del más taimado cine del Este. Justo lo esencial de aquellos referentes —la ansiedad y la angustia (el misterio, igualmente) ante el símbolo que no advenía, ante la sutura no ejecutada— se desecha para que el insolente y torturador vacío lo ocupe un relato, en el fondo, estéril pero con ínfulas de estar recorrido, de manera cifrada, por un subtexto revelador.

¿Qué despierta este masajista ucraniano, heredero de Chernóbil, entre los abúlicos polacos de una urbanización de lujo? ¿Viejos rencores, nuevas alianzas transnacionales? Cada quien puede ver lo que desee, claro, al tratarse de caricaturas sin el más mínimo espesor.

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