Crítica de música
Famosos casi desconocidos
Este segundo concierto mostró que la Sinfónica está en uno de sus mejores momentos y el gran trabajo de la soprano Lucía Martín-Cartón

Después de cinco programas (que no conciertos) es necesario dejar claro que la seguridad dentro del Teatro de la Maestranza está fuera de toda duda , igual o superior a la de cualquier restaurante o bar que frecuentemos: ¿o a ver en qué sitio de ocio estamos más de hora y media con la mascarilla puesta o encontramos personal cuidando de que en los amplios servicios no pasen más de tres personas a la vez?
Y además se ha suprimido el descanso para evitar la formación de grupos dentro del teatro. Es el momento de apoyar al Maestranza con nuestra presencia, a pesar de las molestias que la situación pueda causarnos.
Porque la calidad de la orquesta pasa por uno de sus mejores momentos , y eso que todo está quedando en casa, sin necesidad de recurrir a nombres de relumbrón: empezamos por Juan Luis Pérez , santo y seña de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla (ROSS) durante estos 30 años, Éric Crambes , uno de nuestros eminentes concertinos, y ahora Paçalin Zef Pavaci .
Gran trabajo el del violinista albanés, y eso que tuvo inicio desconcertante; es más, diríamos que retomó el mismo error donde lo dejó Crambes, en esa costumbre de anticiparse al resto del conjunto, como para imprimir más velocidad.
No tiene sentido ni cuando hay un director y aún menos cuando el director es él. Menudo guirigay al final de la obertura de Mozart . Todavía asomó la patita en el Beethoven final, pero no resultó tan palmario, menos mal. En todo lo demás, que fue mucho y muy bueno, su trabajó se mostró irreprochable.
En el programa se trataba de reunir a tres grandes músicos , de una cercanía temporal consecutiva, aunque se rescataron aquellas piezas que no figuran entre las más oídas -o nada- de sus respectivas producciones (excepto el aria de «Las bodas de Fígaro» ). También los conectaba el ser los autores de emblemáticos títulos operísticos relacionados con Sevilla («Barbero», «Don Giovanni» , «Bodas» o «Fidelio» ).
Aunque contemporánea de «La flauta mágica», «La clemenza di Tito» no tuvo nunca la misma suerte; así que su obertura sirvió para recordarnos que está ahí y que desde luego suena a Mozart que embelesa. Pero también es hora de sobresalir la sonoridad que presenta la orquesta dentro de la concha acústica, lejos ya del «3D».
Y puede que por esto, quizá por la separación de los músicos, acaso por una estructura de orquesta clásica , posiblemente por el rigor de los directores mencionados y la orquesta, o seguramente por todo, el sonido resultó impresionante , no sólo en calidad, sino en espacialidad, en ubicación, en inmediatez.
Estupenda vocalización
Y sobre estos mimbres Pavaci tejió una delicada alfombra por la que se paseó la voz creciente de Lucía Martín-Cartón . Ya estuvo aquí con aquel estrambótico «Amadeus» en el Lope de Vega, pero sin duda sus agudos han mejorado bastante, al punto de enfrentarse con valentía y arrojo al aria de concierto «Vorrei spiegarvi, ¡oh Dio!».
Ya ahí su voz se había destensado más que en el anterior «Deh vieni non tardar» de las «Bodas», siendo capaz de sortear las coloraturas virtuosísticas de la pieza, y especialmente el salto interválico final muy «mozartiano», es decir, de los que dejan sin voz a cualquiera, de 18ª -o sea, que de una nota a otra van 18 notas, contando ambas-.
Aunque, sinceramente, donde ya se salió fue en la famosa aria de «Alcina» «Tornami a vagheggiar», tal vez porque la voz ya estaba preparada para lo que fuera, o a lo mejor es que el Barroco ha sido su escuela. Nos gustó su mayor naturalidad, dominio del registro y estupenda vocalización , aunque ya al final las difíciles coloraturas se desdibujaron ligeramente.
La «Cuarta» de Beethoven es de las sinfonías menos oídas del maestro de Bonn y sobresaldríamos en ella el vigor exultante, incluso en los tiempos lentos, un espíritu que parece conectar especialmente con Pavaci.
El «Adagio» inicial lo hizo algo más elevado que el pianísimo que contrasta con el fortísimo, pero lo concibió muy articulado, con la tensión subyacente que dominó toda la interpretación. Algo parecido podríamos decir del maravilloso «Adagio» del segundo movimiento. Ni que decir tiene que en los demás tiempos afianzó el brío que sí que está marcado tal cual en la partitura.
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