Locus Amoenus
Fama, virtud, tabaco y castidad, según Stefan Zweig
O Stefan Zweig terminó arrebujando la Fama, el Alcázar, la virtud y la Fábrica de Tabacos, o algún guasón le coló una trola que los traductores adornaron con sus propios perejiles

A Vicente Lleó, in memoriam
Stefan Zweig visitó Sevilla en 1905 y dejó escrita una primorosa acuarela sobre la ciudad titulada «Primavera en Sevilla» (Frühling in Sevilla), y que podemos encontrarla en diversas ediciones, aunque voy a concentrarme en las que se encuentran ahora ... mismo disponibles en el mercado: Francia, España, Argelia e Italia (2015) editado por Sequitur y traducido por Francisco Uzcanga, y Viajes. Una selección (2020) editado por Catedral y traducido por Esther Cruz. En líneas generales ambas traducciones son fieles al original alemán, menos en una línea que le concierne a la reputación de las mujeres sevillanas, aunque debo agregar que todo parte de una confusión que nunca sabremos si fue de Stefan Zweig o de sus guasones anfitriones sevillanos.
Convengamos en que a Zweig le encantó Sevilla, y desde la primera línea declaró que se trataba de una de esas ciudades que uno jamás visita por primera vez, ya que uno las ha recorrido muchas veces gracias a la pintura, la música y la literatura. No dudó en compararla con Salzburgo, por tres razones que comparto: la ópera, los jardines y el encanto de lo provinciano. Como lector de Zweig, me gustaría agregar aquí que Zweig se refería ese encanto provinciano que atesoran pocas ciudades como Bath, Oxford, Florencia, Venecia, Ginebra o Burdeos, que pueden permitirse desdeñar a sus respectivas capitales. Por decirlo de otra manera: ni Kyoto necesita ser Tokyo ni Nueva York necesita ser Washington. Pues eso.
Por otro lado, la risueña memoria sevillana de Stefan Zweig creció gracias al contraste con el resto de España, pues para el autor de La novela del ajedrez las ciudades españolas del norte eran «lóbregas» y sus habitantes «frailunos», pues ni siquiera en los carnavales madrileños del Retiro uno estaba a salvo de la «severa admonición» de una sociedad que que proyectaba una «mirada fanática, como los monjes de Zurbarán». Por eso Zweig proclamaba que «cuando se llega a Andalucía, es como si se emergiera a la luz del sol». Y aunque son curiosas sus teorías sobre la reconciliación entre el arte cristiano y musulmán en la arquitectura sevillana o acerca de la presunta inferioridad del ballet con respecto al baile flamenco, el episodio que nos interesa destacar tiene que ver con su descripción de la Fábrica de Tábacos.
Zweig describe cómo cada día entraban y salían de la Fábrica de Tabacos, «cuatro mil cigarreras viejas y jóvenes, guapas y feas», y que todas tenían que pasar debajo de la figura de un ángel de piedra -la Fama-, que lleva una trompeta en la mano. Y aquí viene la parte que chirría. Según la traducción de Francisco Uzcanga leemos: «Y dice la voz popular que la trompeta suena cuando pasa por debajo una muchacha de virtud irreprochable. Hasta ahora no ha sonado, y eso que el paciente ángel sostiene la trompeta desde hace ciento cincuenta años». Por otro lado, la traducción de Esther Cruz dice: «Según cuenta la gente, si alguna vez cruzara la puerta una muchacha verdaderamente casta, esa trompeta tronaría. Hasta ahora eso no ha ocurrido, aunque el paciente ángel sostiene la trompeta desde hace ciento cincuenta años». Y como no es lo mismo ser casta que ser virtuosa -pues hay virtuosas que no son castas y castas que tampoco son virtuosas- veamos qué dice el original alemán: «Und das Volk munkelt, wenn einmal ein ganz tugendhaftes Mädchen durch das Tor schritte, so würde die Posaune erdröhnen. Bis jetzt soll es noch nicht geschehen sein, obzwar der geduldige Engel schon hundertfünfzig Jahre die Posaune hält». El texto deja dos cosas claras: que tugendhaftes significa «virtuosa» y que la trompeta nunca sonó. Pero esta no es la confusión de Stefan Zweig.
En los jardines del Alcázar hay una escultura de la Fama, que hasta mediados del siglo XIX hacía sonar su trompeta gracias al soplo del viento. Por lo tanto, Zweig no pudo escucharla, pero quizá confundió la Fama del Alcázar con la Fama de la Fábrica de Tabacos. Asimismo, Sevilla fue la ciudad donde se definió la iconografía de la Concepción Inmaculada de María, aunque antes que los pintores la entronizaran el misterio fue materia de procesiones, donde la imagen de la Fama proclamaba con toques de trompeta la pureza de María, tal como Juan de Roelas pintó la procesión sevillana en 1619. Y aquí, tal vez, Stefan Zweig terminó arrebujando la Fama, el Alcázar, la virtud y la Fábrica de Tabacos.
O como le ha pasado a tantos guiris que han visitado Sevilla, acaso algún guasón le coló esa trola a Stefan Zweig, que los traductores adornaron con sus propios perejiles.
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