XXI Bienal de Flamenco de Sevilla
Estrella y Riqueni, una noche de «Amarguras»
La cantaora granadina y el guitarrista trianero clausuran la Bienal con un recital muy emocionante
Tanto monta, monta tanto. Estrella Morente y Rafael Riqueni juntos son el mejor cartel de esta Bienal. Que el telón se levante mientras el trianero está haciendo un trémolo por alegrías ya paga de por sí la entrada. Y a la granadina le sobra con su estampa de flecos, peina y abanicos para darle empaque a la noche. Y a partir de ahí, que sea lo que Dios quiera. Pero esta noche no pinta bien desde los primeros ecos. Ella es una cantaora de corte irregular, de unas veces gloria y otra veces ruina. A mí siempre me ha gustado por eso. Porque tiene el misterio del cante agarrado en el estómago y cuando aparece acaba con el cuadro. Viene además de una racha difícil, le cuesta llegar a algunos matices a los que antes accedía con comodidad. Está atravesando el mismo proceso que tuvo que afrontar su padre: aprender a cantar con los recursos de ahora y renunciar a los antiguos. Esto es la historia misma del flamenco.
Noticias relacionadas
Por eso este arte no consiste en la demostración de facultades, sino en la creación a partir de las aptitudes que cada uno tenga. En las alegrías y tientos pastoreños Estrella enseña sus formas guiada por la imposible sencillez de Riqueni, que pertenece al mismo ecosistema. Rafael no toca en función de sus herramientas, crea los avíos que hagan falta para llegar a la música que está buscando. Los dos coinciden en ese punto. Y aunque la Morente todavía está en el trance de reencontrarse, llega varias veces a la almendra. Llega porque es artista. Sobreponiéndose a los fallos. Levantándose siempre. Concentrada en lo que de verdad duele. La malagueña y el fandango de Juan Breva huyen de artificios. La albaicinera susurra casi sin adornos. Esta etapa suya es más descarnada. El ay de salida de la soleá apolá resume esa idea. Es menos espectacular a cambio de ser más profunda. Es verdad que tiene más riesgo ante los grandes públicos porque lo apuesta todo al cante, pero menos ante los aficionados por derecho. Puede romper o no, pero está siempre merodeando por las tripas jondas. Puede gustar su estética o no, pero ahí hay verdad. Le pasa como a la guitarra de Riqueni. Puede sonar limpia o no, pero no existe otra que suene a eso que él pretende. Y siendo Rafael un genio, no tiene apuro ninguno en ir siempre por detrás de la cantaora. Ni en hacer una falseta del Niño Ricardo por seguiriyas para que ella se rebusque en lo más antiguo de su cuerpo, que es la sangre, en el cambio de Curro Durse. Riqueni toca en otro sitio al que nadie más tiene acceso. Su sitio. La granaína que le dedica a Enrique Morente tiene una armonización inenarrable. Entra en la tradición por cien puertas nuevas. Se inventa una forma de arpegiar para enlazar notas que nunca antes habían ido juntas. Lleva la voz por el garrotín al trote y congela los tangos de Graná y de la Repompa en su tiempo, porque esos tangos se cantan como si se estuviera subiendo una cuesta. Despacio y por la sombra. Quien se fije en el fallo antes que en eso no sabe nada de esto. Lo digo con vehemecia. El flamenco es lo que estos artistas defienden: hondura, no poder. Filosofía, no ciencia. Cuando se está siempre genial es que no se está nunca. Rafael no ha estado esta noche de clausura en el rincón de los duendes. Estrella tampoco porque anda haciendo cierta la letra de la soleá "fui piedra y perdí mi centro...". Lo está buscando y lo encontrará porque en este recital ha tocado nervio varias veces. Anda cerca de salirse de la luz de su apellido y dar la suya propia. Pero esta noche ha sido de "Amarguras". El arte puro es así. Unas veces sí y otras veces no.