CRÍTICA DE MÚSICA
Esta vez gana el director
Juan Pérez Floristán dirige a la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla con dos conciertos para piano de Mozart
Juan Pérez Floristán: «Mozart es la gran prueba de fuego para cualquier músico»
Llegábamos con este concierto al último del ciclo denominado 'Solistas y maestros' , que nos reafirma en la idea de que soplar y sorber es una utopía en música, o que por lo menos supone que una de las dos partes ha de sacrificarse a la otra. Puede que en una orquesta barroca, que suelen tocar de pie, en semicírculo, con el continuo generalmente sentado, el concertino pueda ser solista sin mucho problema; incluso, por afinar en la analogía, que el clave, con la tapa puesta, y desde el lado izquierdo de la escena, también, por las mismas razones. Ahora, en el caso de un piano de gran cola en una orquesta medianita, esta opción se descarta y la única que queda es recurrir al piano en el centro , sin tapa y con la zona aguda del piano llegando al corazón de la orquesta. El resultado es tener que escuchar al magnífico Yamaha como si estuviese fuera del escenario o en un recinto vacío, pudiendo oírsele bien cuando se quedaba solo o con pocos instrumentos, y en este caso con un sonido decolorado, sin cuerpo, especialmente en los agudos, aunque los graves tampoco fueron muy allá, con lo que prácticamente se perdió el impresionante trabajo de la mano izquierda en el tercer tiempo del concierto K. 453 y prácticamente todo el 466 , el famoso nº 20. También se puede recurrir a los sistemas de amplificación 'natural', cuya eficacia ya comprobamos con los conciertos de la OBS en el Lope. Pero en este concierto no nos atrevemos a opinar con certeza del trabajo pianístico, más allá de que los dedos le siguen corriendo muy bien.
Pero hubo dos aspectos en los que Pérez Floristán sobresalió, y mucho. El primero fue su trabajo como director, y nada menos que con Mozart, ofreciéndonos una de las mejores interpretaciones que hayamos oído en directo del salzburgués . Desde el primer compás percibimos una orquesta perfectamente incardinada, al servicio de una idea musical, un estilo y con una sonoridad extraordinaria . La disposición de la cuerda no era la habitual, puesto que había opuesto a los violines, distribuyendo chelos y contrabajos con los primeros y las violas con los segundos. Naturalmente el trabajo con frecuencia 'oculto' de estos últimos salía a la luz con una lozanía insospechada , además de conseguir el ansiado balanceo tímbrico, que añadía movimiento a ambas obras, aunque especialmente a la última. Añadamos que el equilibrio entre todas las secciones, las ideas secundarias, el cuidado de la tímbrica, todo apuntaba a un Mozart luminoso y sincero . Volvimos a echar en falta a la concertino: «Alexa, vuelve».
El segundo aspecto de alguna manera se relaciona también con este dinamismo: la interacción solista/orquesta fue total , había verdaderas preguntas/respuestas, hasta tal punto que llegamos a pensar que se había metido el morro del piano hasta las entrañas orquestales para interaccionar de tú a tú con ella, convirtiendo el concierto para piano y orquesta en una sinfonía concertante.
En fin, reconocemos que esto sólo se puede lograr cuando alguien toca y dirige (o encuentras al director de tus sueños), o se recurre a la tecnología más avanzada, que se torna invisible, o grabamos un disco. Que el piano suene a lo lejos no nos parece una opción.
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