Emociones continuadas

Cuando el 10 de enero de 1991 asistimos al primer concierto de la ROSS en el Lope de Vega una emoción antes, durante y después nos embargó. Previamente, por imaginar si de verdad sería la orquesta tantas veces imaginada, aunque el hecho de que se contase con ella para el foso de las maravillosas producciones de ópera que nos llegaron suponía toda una garantía. En la butaca, porque las seguidillas iniciales de «La procesión del Rocío» presagiaban los oropeles de la inauguración, lo mismo que el colorido y la luz consanguínea a la romería. Confirmaron aquella impresión gozosa la «Sinfonía sevillana» , también de Turina, y los «Cuadros de una exposición» de Mussorgski (señalemos que «La procesión» se ha suprimido finalmente de este programa, que ha querido ser réplica de aquel inaugural, imaginamos que por no apurar el tiempo hasta el toque de queda). El maestro Šutej fue el artífice musical de aquel prodigio, pero no debemos olvidar todo el soporte que lo hizo posible, capitaneado por Francisco Senra y José Manuel Delgado. Después, a la salida, porque todo seguía pareciendo un sueño… posible.

Han pasado 30 años y ahora ese sentimiento proviene de seguir viendo a la orquesta ahí, tan lozana, tan entregada, tan poderosa, a pesar de tantas vicisitudes. Savia nueva la ha rejuvenecido, pero muchos de los profesores que estuvieron en aquella inauguración siguen ahí, como firmes puntales identitarios de la orquesta.

¿Y qué hace un director francés al frente de un programa español, en el caso de Turina, y francés, pero de raíces españolas, en el del responsable de la maravillosa orquestación, Ravel, cuyo refinamiento sinfónico ha prevalecido en el tiempo sobre otras numerosas versiones, que van desde Rimski o Tuschmalov hasta el rock progresivo o el thrash metal? Pues sencillamente que Turina bebió, como todos los compositores españoles «nacionalistas» ( Granados, Albéniz, Falla o Manuel Castillo ) de las hegemónicas fuentes galas. De hecho, no sabemos si la obra de Mussorgski hubiera tenido tanto éxito en su versión original para piano, y eso que es una maravilla; pero el aporte de esa espectacularidad tímbrica la alza en el podio sinfónico, y además puede servir como tarjeta de presentación de una orquesta, como conjunto, y también de sus solistas y secciones.

Y todo esto nos lo mostró Soustroc con comedimiento, dominando muy bien ambas obras y cambiando su batuta por un pincel con el que fue coloreando cada escena de unas obras muy descriptivas, pero también evocativas, con la delicadeza a la que obliga ese inherente perfume francés que rezuman. Pero aún nos regaló el maestro galo algo más: repetimos una vez más que nos parece un mérito dirigir una obra de memoria, especialmente cuando se va camino de los 72 años, y además cuando hablamos de una obra de rica en pinceladas de color y de ritmo como los «Cuadros» ; pero que dirija sin partitura una pieza como la «Sinfonía sevillama» , que no es habitual en el repertorio fuera de España, es de un mérito impagable, porque además la obra abunda en innumerables cambios de compás, relevos instrumentales, uso de palos flamencos -estilizados- como la referida seguidilla, la soleá, el garrotín, el tanguillo, etc., y de los efectos correspondientes a los textos «programáticos» en los que se inspira… Y en ambas partituras siempre iba por delante dando las entradas, con seguridad y serenidad pasmosas.

En esta ocasión el Teatro no se llenó del todo, acaso por la tarde de frío y lluvia que dejó en casa a muchos de los que estuvieron en aquella inauguración. Pero emocionaba la emoción de quienes sí estuvieron, los que llevan disfrutando de la ROSS durante nada menos que 30 años, en los que se ha convertido en referencia musical de la ciudad.