Crítica de Danza

«Element I-room» y «Le surréalisme au service de la révolution»: bailar la creación diversa

Estreno en España de la última creación del Ballet Lorraine

El Ballet de Lorraine presentó «Element I-room» ABC

Marta Carrasco

Nueva visita a Sevilla del Centro Nacional de Coreografía- Ballet de Lorraine de Nancy , un centro que cumple el año próximo su cincuenta aniversario. El teatro Central acogió la presentación en exclusiva en España de dos coreografías: «Element I-room» de la belga Cincy Van Acker y «Le surréalisme au service de la révolution» de Marcos Morau, uno de los dos españoles, junto a la Ribot de quien la compañía francesa tiene obra.

Son dos propuestas casi antagónicas , diferentes en estética y en lenguaje de movimientos, por lo que se agradece la versatilidad de la compañía de Lorraine para enfrentarse a dos formas tan distintas de ver la danza contemporánea.

Cindy Van Acker nos propuso una coreografía que nos recordaba a los dibujos de Barbadillo o del propio Gerardo Delgado, en aquellas experimentaciones que se hacían en los 60 del siglo XX en el Centro de Cálculo de Madrid con incipientes ordenadores. La coreógrafa nos propone un espacio en blanco y negro y dieciséis intérpretes, ocho de blanco y ocho de negro con sus pelucas a juego.

Con un espacio sonoro fascinante de Alvin Lucier, que poco a poco va perdiendo su sonoridad para convertirse en un mantra, los bailarines se someten a una rigurosísima disciplina geométrica, donde no sólo la colocación del elenco debe responder a la línea recta en varias direcciones, sino también sus movimientos que responden siempre a una implacable simetría. No hay error. No puede haber error porque cualquier indefinición del movimiento o duda en su ejecución, distorsiona el cuadro escénico de manera devastadora. Y no lo hubo. Los bailarines cumplieron con exactitud las exigencias coreografías, y poco a poco van desprendiéndose de las pelucas, blancas y negras, de la uniformidad, hasta que aparece la diversidad de razas, alturas, formas etc., El ojo nos había engañado justo hasta ese momento. Una fascinante propuesta.

Marcos Morau tomó el surrealismo de Buñuel e incluso la vida del cineasta para sumergirnos en otra propuesta completamente diferente y que llevaba por título «Le surréalisme au service de la révolution». Una primera parte en la que la lìrica de Morau en tonos blancos, casi opacos por un telón delante de los bailarines, va presentando cuadros donde el elenco toma formas o se mueve en direcciones a la vez generando, sobre todo en el movimiento de brazos, una especie de onda expansiva. Parecen pájaros, parecen estatuas «donjuanescas».

Una segunda parte tomada del imaginativo de Buñuel con los tambores de Calanda , el tambor principal vestido con un capirote de nazareno y el resto con los grades bombos aragoneses. Quizás esta imagen impacte y mucho en Nancy, sin duda lo hará, pero aquí en esta ciudad donde los tambores suenan todos los días y casi están por asolarnos durante la semana que viene, la imagen por novedosa no produjo el efecto perseguido, aunque no dejó de ser curiosa.

En cualquier caso, la creación del director del director de la Veronal supuso un reto interpretativo que el Ballet de Lorraine solventó con mucha eficacia. Ambas coreografías fueron un ejercicio de composición en el tiempo, aunque de manera diferente.

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