Flamenco SinCejilla

¿Dónde estaría el flamenco si hubiese nacido en Estados Unidos?

Tendríamos, señora consejera, a un Woody Allen tocando falsetas del Niño Ricardo y utilizando lo jondo como elemento narrativo en su cine

Tim Blake, George Clooney y John Turturro en «O brother, where art thou?» ABC

Luis Ybarra Ramírez

La consejera de Cultura de la Junta de Andalucía, Patricia del Pozo , se lo preguntó esta semana en voz alta y con el micrófono por delante. ¿Dónde estaría el flamenco si hubiese nacido en Estados Unidos? Es cierto que la extrapolación carece de sentido , pues tendría otros rasgos, otra naturaleza. Sería, en definitiva, otra música. Pero fantaseamos . Qué sería de lo jondo en otras manos, las norteamericanas.

El sistema educativo desde el Golfo de México para arriba tiene una sensibilidad mayor con sus géneros autóctonos, el blues, el jazz, el folk, y con la formación musical en general. Donde directamente nos arrollan, sin embargo, es en su sencillo sistema de exportar cultura a través de la cultura . Si Manhattan fuese Triana y Minneapolis el barrio de Santiago tendríamos a un Woody Allen que chapurrearía falsetas del Niño Ricardo y que generaría en sus más de cincuenta largometrajes hermosas atmósferas con el toque como protagonista. También dispondríamos de unos hermanos Coen desempolvando viejas piezas de la primera mitad del siglo XX para utilizarlas como elemento narrativo. Disfrutaríamos así de sutilezas como «Annie Hall» y «O brother» con las que el mundo podría paladear más con el pecho que con la razón lo que nos pertenece. Eso es exportar cultura a través de la cultura. Y en un sentido pop, como se hace en América.

El flamenco y el cine guardan relación, pero no en los términos que aquí expongo. La obra de Carlos Saura te ofrece un beso hondo que se repite en mil espejos. Pero lo hollywoodiense sería mostrar el flamenco como hábito, como parte que aporta rozando a la trama . Tampoco se trata de volver al costumbrismo como aluvión de tópicos, sino a los contrastes, a la vanguardia. Como Quentin Tarantino en «Kill Bill Vol. 2» haciendo sonar el «Tu mirá». Los tipos duros pedirían cañas en vez de whiskeys on the rocks, se bebería gazpacho en las avenidas y no café en cartón a mediodía. No habría perritos ni noodles en cajas, sino comida para seres que a menudo mastican sentados. Miro con buenos ojos productos de aquí como «Magical girl», con Caracol al fondo, que son diferentes al resto por desacomplejados.

No voy a pedir a la industria del cine español, ni a ninguna de las artes, absolutamente nada. Pero la copia siempre va detrás y solo lo fugitivo se adelanta. Si vendiésemos el flamenco empaquetado dentro de una cultura masiva, no sé dónde estaría. Seguiría siendo tal vez la minoría de alas largas que hoy es. Algo más popular, seguro. Pero el problema de fondo se halla en que nuestros máximos exponentes de hoy se desconocen a sí mismos. O no se gustan, que es peor. ¿Qué sería del flamenco si hubiese nacido allí? Un estilo a copiar por la culturetada . ¿Qué sería del jazz si hubiese nacido aquí? Una improvisación rancia de bareto de ayer. Carcajada ignota encerrada en un armario.

«El despertar de mi voz», de Manuel Cuevas: no hay balcón en los estudios

El mejor Manuel Cuevas no está en este disco. Existen varias versiones de sí mismo que me gustan: cuando buscando por los ecos solventes de los años 30, los de Vallejo y El Carbonerillo, por ejemplo, encuentra un hallazgo en mitad de un recital y cuando desde un balcón hace larga la sangre cantando porque quiere y puede al que anduvo en la mar, que se le presenta clavado en un madero. Pero no hay balcón en los estudios. A muchos les sucede esto: son mejores ellos que sus álbumes , tal vez porque graban algo diferente a lo que son.

El cantaor de Osuna tiene la voz al alza y muestra aquí su lado más amable: sevillanas, tangos, rumbas, bulerías, jaleos, alegrías, fandangos de Huelva y un garrotín . Mucho coro estandarizado. También estribillos, esas cosas. No está el artista que gime como un loco por primavera y apenas aparece, esto es bueno, el que se excede en los tercios. Arriba está cómodo, en su nube de facultades. Pero su batalla es la de los recursos y el paladar, porque los apuros llegan cuando no debe forzar. Me remango para escribir, sin embargo, sobre su seguirilla . Abandona lo excesivamente blanco, la acelera y se cuela por Jerez en un estilo lastimero desde el que lamentarse. Corta, sin alcanzar los tres minutos, sin desplegar lo que la melodía no pide, deja al fin un chorro borroso y con faltitas. Un ay sincero. Cohabitan, por tanto, múltiples ríos en su garganta. Uno gana titulares a golpes de lágrima y pulmón, otro sorprende en el directo, por inesperado y bello, y este último, el de los discos, ha pasado desapercibido hasta la fecha. Solo lo genuino prevalece. Y él es mejor que esto.

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