Qué plan
Doñana, realidad impresionista de febrero
Visitamos el parque en busca de las especies que ahora llegan de África y las que se despiden, pues este es un mes de interesantes cambios
Charcos de cristal al suelo y vuelos de acero para rajar el aire. Que Doñana es un tesoro de una riqueza paisajística y biológica difícil de calcular no se lo vamos a descubrir a nadie. Por eso, lo único que podemos hacer con estas páginas es vestirlas de honestidad, remangarles los puños y arrastrarlas por la vegetación húmeda de la mañana para que así se impregnen del olor de las cosas. De la verdad. Restregarlas por la corteza resinosa de los pinos, llevarlas a los cúmulos de agua y sal que se recoge casi quieta en las ciénagas, dárselas a los pájaros para que vuelen con ellos, entre plumas y papeles blancos. Que vayan tomando, en definitiva, ese carácter salvaje. El color del campo. Su aroma límpida de invierno . Aquello que nos devuelve de forma súbita cada año a este almanaque de bellas estampas.
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Llegamos a uno de los parques naturales más importantes de Europa en un punto, de entrada, interesante. Es tiempo de cambios , todavía leves, aunque ya casi siempre inciertos por la modificación de los ciclos, cada vez más impredecibles. Las aves que pronto se marcharán y las que aparecen con las alas cansadas tras un viaje desde el continente africano empiezan a encontrarse. Magia.
Nos topamos, por un lado, con los búhos campestres en las ramas, ánsares, cigüeñas negras, chorlitejos y alondras , entre otras. Pero también aparecen los más tempraneros milanos, con la misión de restaurar los nidos que dejaron antaño, e l águila calzada o el alimoche . A estas especies, que en total suman más de 200, se les incorporan las de paso, que superan la cifra de 30: el fugaz gavilán, los vencejos que pintan el cielo de flechas nerviosas, las carracas de tonos platinos y el chotacabras europeo camuflado en los árboles.
Con trinos y parpeos de fondo, le hemos puesto sonido a la escena. Y con voz de documental seguimos caminando por veredas que hace días eran polvorientas, pero que las lluvias han amansado. Las tardes de cobre son de otoño, pero los arcoiris se disfrutan durante todo el curso anual . Las primeras flores , aunque no lo crea, salpican anticipadas el campo y van dibujando cuadros impresionistas insuperables: narcisos, jaramagos, margaritas. La felicidad que buscaron los pintores franceses del XIX, Monet, Cézanne, Sisley, en realidad está en un lugar como este. También, de manera directa, los trazos de Carmen Laffón y algunos de los versos más hermosos de Juan Ramón Jiménez en «Platero y yo», Alberti y Villalón.
Contrastes
La única certeza que se distribuye alrededor de las más de 100.000 hectáreas es que cada rincón merece la pena, aunque ninguno sea igual. Los enormes contrastes hacen que la visita a Doñana escape en todo momento lo monótono . Porque en una sola jornada las retinas se mecen bajo el bosque típico mediterráneo, el pino piñonero, las extensas llanuras de las marismas, la playa desierta que cualquiera desearía y las dunas que andan con sigilo entre un universo y otro. Un variado ecosistema protegido en el que, como hemos visto, las aves suponen un gran atractivo. Los mamíferos y, por supuesto, las especies en peligro de extinción no se quedan atrás.
Dos de las más emblemáticas, en este sentido, son el lince ibérico y el águila imperial , del que hay unas diez parejas. Raros, extraordinarios, emblemáticos. Concentran el interés de todos y el público sugestionado los ve desde el autobús, a pie o a caballo casi en todo momento. He escuchado algo. Detrás de ese matorral. Allí arriba. Aquí. Allá. Sus figuras sombrías, los lomos huidizos, los ojos esquivos. Todo guarda ese matiz remoto y fantasmagórico que los hace aún más fascinantes si cabe.
La visita, a menudo, se focaliza en ellos. A veces en la tortuga mora , que puede alcanzar los cien años de edad. Mientras tanto, los ciervos, jabalíes, patos y flamencos, tal vez los zorros , tienen muchas más posibilidades de aparecerse que los anteriores. De alguna forma, están asegurados. Y el folleto informativo que se entrega en el centro de visitantes se va manchando de cruces azul bolígrafo a medida que el sol avanza y nosotros apuntamos lo que vemos. Venir a Doñana es encontrarse con las raíces de lo que debía ser lo rural. Es sinónimo de conocer, de sorprenderse y admirar cómo el mundo gime, canta y grita allí donde aparentemente no lo hemos manoseado.
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Rutas
Existen diferentes formas de venir al Parque Natural de Doñana, nombre que, por cierto, hace referencia a Doña Ana de Mendoza, hija de la princesa de Éboli, y casada con el VII duque de Medina Sidonia, que se retiró a vivir a estas tierras en el siglo XVI. Numerosas empresas trabajan en la zona para organizar excursiones con distintos fines. Algunas son guiadas. Otras, no. Los caminos se recorren a pie, en coche, autobús, bicicleta, caballo e incluso dromedario . En grupo o por libre, en función de la duración, el objetivo y la disposición de cada uno.
También está la alternativa de planear escapadas para la observación avícola, rutas fotográficas o simples paseos , así como la de alojarse en las inmediaciones, ya que hay bastantes hoteles y hostales en los que prolongar la estancia durante unos días entre Villamanrique, Hinojos, Almonte y Matalascañas. Como puntos de referencia, cabe mencionar los centros de visitantes El Acebuche, La Rociana, el Palacio del Acebrón, José Antonio Valverde, Los Centenales y la Fábrica de Hielo. La información necesaria por si nos animamos definitivamente a ir.
Las mañanas aún son frías y traslúcidas. El agua de febrero se sienta en las hojas más verdes y barniza con su brillo acículas, troncos y arenas por igual . Las semanas secas queman las tonalidades y las lluviosas las colorean de nuevo. Doñana está recibiendo a los ejemplares que cruzan el Estrecho y los humedales hierven en gamas de lo más variopintas. Nubes y claros se alternan con vientos y pausas de brisa quieta. Febrero es un nexo raro entre ninguna estación y la siguiente. Una oportunidad certera para visitarlo.