Flamenco SinCejilla

David Dorantes: «El creador no crea, sino que encuentra»

El pianista lebrijano ha estrenado en las plataformas digitales la primera parte de «La roda del viento». Reseña de «El sonido de los colores» y comentario del libro «Músicos en cuarentena»

El pianista David Dorantes en la playa Dorantes Office

Luis Ybarra Ramírez

Ha trazado con las yemas de los dedos las estelas de las naves que por vez primera consiguieron girar alrededor del mundo. El pianista lebrijano David Dorantes ya ha sacado al mercado digital «Preparativos», la pieza que abre su «Roda del viento». Una travesía hacia un confín inusitado que ha tomado una nueva lectura cuando es nuestra sociedad la que se enfrenta a una realidad de rostro incierto .

¿Ha compuesto durante el confinamiento?

Los primeros días me hacía sentir egoísta. Después, empecé a hacer cosas al piano, porque lo vi necesario.

A su generación no le van a reprochar aquello de que no se puede hacer flamenco sin haberlo pasado mal.

Uno lo que tiene es que expresar lo que tenga, lo que sea. Sea bueno o sea malo, haya pasado hambre o no, todo el mundo tiene sus vivencias y sus emociones, y en el flamenco, como en cualquier otra arte, hay que transmitirlas. Lo que se salga de ahí me parece un tópico.

«Orobroy» la compuso con catorce años, ¿es un tema que le acompaña o le persigue?

Antes, me perseguía, porque sentía que yo había evolucionado y tenía cosas más complejas y mejores que «Orobroy», después entendí que la complejidad no importa nada. Esto es música. Es cuestión de decir. Y, como decían los griegos, el creador no crea, sino que encuentra, y yo me encontré con esas melodías.

«La roda del viento» cuenta la hazaña de Magallanes y Elcano. Ha tomado una nueva lectura estas semanas: el viaje hacia lo desconocido al que ahora nos enfrentamos.

Yo me he empapado de lo que les ocurrió a esos marineros, que pasaron de todo. Ellos empezaron la globalización en la que estamos sumergidos. Y, ahora, como ellos hicieron, partimos hacia otra forma de civilización. Ellos enarbolaban las naves y nosotros nos preparamos para algo nuevo. El disco lo terminamos dos días antes del inicio del confinamiento.

¿Sabía cómo acabaría su viaje o se echó al piano sin un rumbo fijo?

En otros álbumes, no lo sé. Pero aquí teníamos una estructura clara con las letras de Casto Márquez. Teníamos un esqueleto que fuimos armando.

¿Le sirvió el disco «Tierra», del Lebrijano, de inspiración?

A mi tío lo llevo por bandera siempre, su música está en mí y es curioso que la vida me ha llevado por caminos paralelos a los que él hizo. Él contó el viaje de Colón y la Bienal me encargó a mí contar la vuelta al mundo. Es una coincidencia y un orgullo.

¿Cómo lleva que los jóvenes lo vean como un maestro? A los cincuenta años, en el flamenco, es muy pronto para esta consideración.

Me gusta, porque es un halago muy importante. Eso sí, en el piano queda mucho mucho por hacer.

«El sonido de los colores», de Melón Jiménez: Pintar la música

Tiene una guitarra arcaica, callejera y tan austera a veces que, de pronto, se convierte en algo de vanguardia . Cuando la mayoría de sus coetáneos lo apuestan todo, o una parte sustanciosa, a la técnica, él ofrece una línea estética muy diferente. Entre esas dos aguas, el músico jerezano, hijo del también guitarrista Miguel Jiménez, se ha enfrentando en la soledad de su instrumento a ocho toques, acompañado tan solo por unos coros parcos en palabras y algo, muy poco, de percusión.

Con su paleta de trastes monocromáticos, trata de acercarse a los mayores pinceles de la pintura contemporánea . Ponerles música. Distintas corrientes que pasan por el surrealismo de Dalí, el luminismo (esto es una técnica, vale) de Sorolla, el aire popular de Romero de Torres, el cubismo de Juan Gris y Picasso, tan difícil de clasificar, entre otros. Así se cuela con melodías aparentemente sencillas en el complejo universo de cada uno.

Su propuesta, por tanto, requiere abstracción. Aprender a leer entre notas hasta vislumbrar con claridad los lienzos en su mástil. Discípulo de Rafael del Águila, suena jerezano, mire si no los tientos «Sorolla» o la bulería «Juan Gris». No presenta el virtuosismo al que ya nos hemos acostumbrado , no destaca por pulcro y, por momentos, parece caer en una dinámica más cercana a la del acompañamiento. Sombras inevitables de este cuadro que gusta de los tonos oscuros y, de alguna forma, lentos. Utiliza la repetición como si remarcase las líneas, dibuja con la mano abierta y queda, al final, una obra absolutamente imperfecta, valiente y personal.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación