Crítica de música
Cuestión de acentos
El sonido que sacó Fromanger a su flauta fue lineal y frío, mientras que su interpretación de la 'Júpiter' nunca terminó de sonar a Mozart
El himno de Ucrania abría este concierto y su bandera ‘ondeaba’ en las pantallas del Maestranza. Si lo escuchan con la letra traducida verán que ya desde el momento de componer el himno los ucranianos esperaban la invasión; y así el texto no tiene empacho en proclamar que ellos habrán de gobernar su tierra, que los enemigos desaparecerán como gotas de rocío al sol y que «el alma y el cuerpo sacrificaremos por nuestra libertad».
Oyendo la versión de Benoît Fromanger parecería que el himno más bien hacía suyas las palabras de aquel ministro de defensa español que nos helaba la sangre diciendo que prefería morir antes que matar.
Esa marcialidad cremosa era preludio de la primera parte del concierto. Porque la ‘Pavana’ op. 50 de Fauré no tiene por qué ser una blandenguería de ascensor, ni por intención del autor ni por interpretación de nadie. Morelló estuvo oportuno, de sonido dulce, pero hondo, bien articulado, cálido ; la orquesta también intervino envolviéndolo y dialogando con soltura.
Fromanger sale, le ponen un atril para tocar el ‘Romance para flauta y orquesta’, Op. 37 de Saint-Saëns , que dura 7 minutos, y apenas empieza a tocar ya nos sorprende el sonido que le saca a su flauta de oro: seco, lineal, frío y casi de estudiante. La ‘Fantasía para flauta y orquesta de cámara’ Op. 79 de Fauré (6’) que le seguía lo empezó casi igual (un ‘Andantino’ marcado al comienzo como ‘dolce’ -lo que le hacía falta-), y cuyo ‘Allegro’ no supo -o no pudo- aprovechar bien, lo que hubiese aportado más agilidad y dinamismo a su interpretación; y a todo esto tocando y dirigiendo de espaldas a la orquesta, simplemente marcando el compás con la cabeza.
Se llevan el atril, y le ponen el podio, porque la ‘Sinfonía nº 41’, la ‘Jupiter’ , la va a hacer de memoria. Inquietud. Pero nos sorprende, porque el inicio es potente y nos incorpora en la butaca, pero tiende a hacer algunos acentos a su aire, y la madera la relega a donde estaba, al fondo. Aunque son los tiempos lentos los que lo pierden. En el inicio del ‘Andante’, la melodía evocadora contrasta con una nota en ‘forte’, pero nadie lo hace como el timbal de ‘La sorpresa’ de Haydn : si la aparente sencillez de Mozart no se entiende, todo suena a música de guiñol. Mejor todo en el ‘Menuetto’ (otra vez la madera…) y en el complejo ‘Allegro’ final, aunque nunca termina de sonar a Mozart .
Noticias relacionadas