Crítica Bienal de Flamenco de Sevilla 2020

Pedro el Granaíno, historia del cante

El cantaor gitano da un recital para los anales en la Bienal para entrar en el olimpo de los maestros

Pedro el Granaíno este lunes sobre el escenario del Lope de Vega Vanessa Gómez

Alberto García Reyes

La seguiriya que Isidro Sanlúcar le hizo a Morente , aquella con la que el albaicinero removió los cimientos de este cante con la guitarra de Riqueni , es una forma de llamar a la puerta que sólo pueden permitirse los dueños del cortijo. Pedro el Granaíno se ha quedado con las mejores tierras del flamenco, tiene las escrituras de los grandes maestros y ha sabido modernizar ese legado sin romper la tradición.

Su metal de hierro mohoso, entre poderoso y moribundo, mitad claridad y mitad aspereza, deja el teatro en escalofrío con el cambio de Manuel Molina . Esto es un cantaor. Su voz, el arrope limpio de Patrocinio y el público. Con esas tres verdades se va al fin del mundo. Por eso el Granaíno es ahora mismo el que tira del carro. Está en el momento exacto de dejar atrás la herencia y empezar a construir su propia obra, pero su eclecticismo es en sí mismo un camino nuevo porque acaba con los desencuentros antiguos, inaugura un estilo sin prejuicios.

¿Cómo un eco tan profundamente gitano puede echarle mano con tanta naturalidad a las cantiñas de la otra parte? El nudo gordiano de su cante no es el baúl del que saca los cantes, sino su condición de cantaor al límite. Pedro siempre tensa la cuerda porque anda buscando la hondura más allá de lo técnico. Canta la soleá apolá al nueve por medio. La bolsa o la vida. Los graves están donde cualquier otro tiene los medios. Cuando suba hay muerte segura.

Hasta a Fosforito , dueño de esas formas, le duelen las sienes escuchando ese despeñamiento. A mí se me encogen las costillas. Ese manera de cantar me arregla las contracturas de la espalda. Me cura. He entrado en el Lope de Vega con dos o tres heridas en la memoria que no me cicatrizaban y Pedro me ha cortado la hemorragia con el pañuelo de lunares que anuda su garganta. Me ha hecho volar por las cuestas de Álora con la malagueña del Canario. Y ha conseguido acabar con mi nostalgia. Yo vengo sufriendo el flamenco desde hace tiempo porque cada vez miro más hacia atrás. Estoy enfermo de añoranza. Lo admito, la culpa es mía. Todo lo que me parte en dos está en el pasado. Y ahora está también en el cielo de la boca del Granaíno, que yendo a buscar en mi melancolía me ha sacado de nuevo a la calle con el zángano de Puente Genil, el abandolao que Antonio Fernández Díaz cogió de los grupos de danzas de su pueblo para hacerlo cante de ley con Paco de Lucía .

Este gitano tiene el evangelio del cante entero en los labios, desde la petenera primitiva de Medina el Viejo, la que todavía no está conquistada por la Niña de los Peines , al taranto del alcalde de Guadix. Su repertorio está al alcance de muy pocos. Regla número uno para marcar una época: hay que ser muy aficionado. Poder pasar de lo blanco a Chocolate sin dejar de ser nunca uno mismo. Regla número dos: hay que morir en cada jipío. Cumplir la máxima fosforitera de Levante: «las fuerzas me están faltando». Y regla número tres: no basta con entrar por los oídos, hay que saber entrar por el alma. Para eso no hace falta nada que se pueda conseguir en un quiosco -luces, sonido, instrumentos, dramaturgos, trajes de colores...- porque lo que se puede comprar con dinero es siempre barato. Hace falta lo único que no se vende ni se aprende: ser artista.

El Granaíno cumple todas las reglas. Y cuando dice la soleá de Alcalá y Utrera y luego la de los alfareros de Triana me alcanza el pecho. La seguiriya de Cagancho quema en el esternón. Los tangos de Graná dan punzadas en el pulso. Lo escucho con la mano apretando mi corazón como una bola de papel. Supongo que esto que usted está leyendo tiene arrugas. He intentado estirarlo para que no se note el daño. Porque no sé escribir esto, estoy frustrado, sólo sé cerrar los ojos y poner sobre el papel mi vida. Que es un ay, un solo ay, de un gitano llamado Pedro Heredia Reyes cantándole una saeta desde la platea al Señor de los Gitanos . Lo digo para siempre con la cruz del flamenco a cuestas para que Dios me libre de esta agonía: un ay suyo es la historia del cante. Y sanseacabó.

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