Bienal de Flamenco de Sevilla

Ana Crismán y lo del arpa flamenca en la Bienal

El espectáculo, celebrado en el Alcázar, contó con la colaboración de La Macanita, una cantaora que merece mayor presencia que esta en el festival

Ana Crismán, durante un momento del recital de este viernes en Sevilla Juan Flores

Luis Ybarra Ramírez

Decía Manolo Caracol que el flamenco se puede hacer hasta con una gaita. Lo que seguramente no imaginó es que su hipérbole no tardaría demasiado en verse superada. Como poder, se puede, por el simple hecho de que flamenco se es. Ana Crismán ha desarrollado un estudio profundo para trasvasar una cultura, la suya, a un lugar inusitado, ajeno. Y, como rareza, ha despertado el interés del público. Pero llega a ser La Macanita , cantaora de la máxima categoría, la protagonista en vez de una invitada al espectáculo y recurre al arpa en uno o dos cantes y, tal vez, el Alcázar se hubiese volcado de tanto golpe al pecho. Eso no ocurrió. Quien entienda que esto es un recurso expresivo para enriquecer un álbum, por ejemplo, aportará verdadero contenido. El arpa como detalle, no como atracón .

El rasgueo, los arpegios. Ella se echa el puente del Alamillo a los hombros y sigue de forma estricta los surcos de la guitarra. En los remates este instrumento no entiende del doler. Y a mí me resulta artificioso encajarle un «ole», porque veo a un niño vestido de algodón. Bonito, inocente, dulce, incapaz de quebrantarse al mostrar sus dolencias. Pero es que el arpa no es negra, sino azul, por más que rebusque recetas arcaicas en la seguirilla . Es envolvente, no arenosa, con más pompas de jabón que riadas de sangre. Aparece Chacón en la cartagenera y empiezo a escuchar murmullos debajo de sus manos: Montoya en un punto muy concreto de la soleá, palo en el que se acerca a lo busca, y en la rondeña, claro, y Bécquer en un recitado de una de sus rimas, la VII, que tan bien se adecúa a los tientos.

También hizo con la elegancia que caracteriza a este cordófono la bambera, granaína y media granaína en compañía de La Macanita , entrando ennegrecida en los registros de la Niña de los Peines en otros versos del poeta de San Lorenzo. Qué mil mundos. Pastora, el columpio, Jerez, la poesía de mayor altura, catacumbas, Grecia, Egipto... A ello le siguió la zambra, alegrías y bulerías de su tierra. Un amplio repertorio para demostrar los recovecos de esta novedad que aún ha de asentarse. Demasiado vasto, quizá, para esquivar cierta monotonía. Una hora y media de arpa, ya saben.

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