DANZA

'Convertiste mi luto en danza': morar el último aliento

La obras amortigua la estilización del exceso y constriñe a un teatro de cámara, ‘bergmaniano’, un sufrimiento entre-mujeres cuyo desenlace copnocemos de antemano

Un momento de la obra de La Zaranda ABC

Alfonso Crespo

Una obra para responder a una carta (la de una madre); una elegía escénica que estuviera a la altura de un gesto definitivo (el de una hija). Uno de los últimos deseos de María Pisador, que murió sin haber cumplido los treinta años, fue el de asistir a una representación de La Zaranda, y los fue a ver en ambulancia, de Pamplona a San Sebastián, pocos días antes de fallecer. No sabemos si en su misma situación hubiéramos actuado de igual manera, sí que no hay experiencia parangonable, en el teatro actual, a los rituales de La Zaranda, ahí donde la intemperie escénica, trasunto de una condición humana de postrimerías, acoge lo inesperado, lo inopinado, un vislumbre de eternidad sobre el tragicómico destino de los iguales en desgracia.

‘Convertiste mi luto en danza’, que escribe Calonge y dirige Paco de La Zaranda, amortigua la estilización del exceso y constriñe a un teatro de cámara, ‘bergmaniano’, un sufrimiento entre-mujeres cuyo desenlace conocemos de antemano ya que la causa se nombra, de forma alta y clara. Lo que resta, es decir la espera, la duración, permitirá esa danza que el título toma prestado del salmo, que es como una resistencia, lo único que le queda a los cuerpos hasta el fin de la obra, hasta el fin de los tiempos. Aunque se trate de una obra dura, áspera, no se extirpa aquí el humor, pero hay que saber verlo: yace sepultado por la desesperación, se deja ver en los microgestos que asaltan el encuentro entre las mujeres en la sala del hospital.

Es en esa intimidad última, en el lenguaje callado, físico, que sólo hablan y entienden los que comparten destino, donde mejor funciona ‘Convertiste mi luto en danza’, en el autismo creativo de un encierro terminante. En esos momentos no se trata ya de contar nada, ni de informar sobre la clepsidra que poco a poco se vacía, sino de darle las últimas vueltas a la cosas, buscar ángulos y perspectivas inauditos; literalmente, dejarse atravesar por visiones: ver la escalera ascendente en el columpio al revés, o sea, intuir la posibilidad de subir por donde todo el mundo desciende.

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