CRÍTICA

La condesa descalza

La violinista moldava Patricia Kopatchinskaja deslumbra junto a la ROSS en el concierto de Chaikovski

Patricia Kopatchinskaja tocando junto a la ROSS durante el concierto Guillermo Mendo

Carlos Tarín

Sin duda fue la atracción de la noche, lo menos esperado y lo más aplaudido : una especie de condesa (del violín) descalza y desconcertante, como aquella bailarina española (podría pasar por tal perfectamente; de hecho, no sabemos si Patricia será un nombre típicamente moldavo) a la que Ava Gadner dio vida. Apareció sobre el escenario con su dulce y atractiva mirada/sonrisa, se quitó las babuchas -con lentejuelas, para distinguirlas de las de casa- y se puso a tocar.

El inicio nos tiró para atrás, por un lado: ¿otra vez un «pianissimo» cursilón y afectado?; pero por otro lado aquellas notas «rozadas», más que tocadas a baja intensidad, tenía n un color que sin duda el maravilloso instrumento potenciaba, pero que no sonaban a huecas, ni a caprichosas. Inmediatamente un torrente de música sublime salía de sus manitas para dejarnos pegados al asiento.

El final del primer movimiento fue aplaudido por el público, algo absolutamente infrecuente, en lo que más bien parecía una explosión incontenida ante la magnitud interpretativa de la Kopatchinskaja .

En el comienzo del tercer tiempo, lo mismo: con ese juego dubitativo, de ahora empiezo, ahora repito, pareció divertirse junto al público y la orquesta, como disfrutando del acertijo. Y no sólo salió sin mácula de las escalas demoníacas, de las dobles cuerdas encrespadas, de los armónicos celestes, sino de pasajes líricos de belleza arrebatadora . No es posible que alguien que domine este concierto «ininterpretable», según su autor, necesite partitura; pero puede que formara parte de la «performance» .

Y ahí estuvo Axelrod detrás de ella, siguiéndola con la oportunidad y discreción de un guardaespaldas a una estrella del cine. Pero antes había recibido un abucheo al salir, debido al retraso de media hora en la hora de comienzo del concierto, sobre un programa ya de por sí más largo de lo habitual. No recordamos algo parecido en la historia del teatro; todo lo más, aquella demora en salir tras el descanso de Barenboim con la Filarmónica de Berlín durante la Expo porque se negaba a tocar con «tan poca luz»; pero no media hora.

Hizo un Rossini espléndido , vivaz, chispeante, enfrentándose finalmente a otro Strauss en el último de sus poemas sinfónicos (bueno, de un gigantesco «Allegro» en forma sonata), de un entramado más complejo todavía de lo habitual en él, y que Axelrod no desgranó ni como suele ni con la nitidez de Albrecht la semana anterior.

Por cierto, no entendemos que nos pongan a un chico presentando las obras en alemán (¿cuántos espectadores hablan alemán de forma fluida?) y no pongan sobretítulos en obras cantadas o, como esta vez, para indicar cada una de las 22 secciones de la obra, que ayudarían a seguir el viaje físico/metafísico de Strauss.

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