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Carmelilla Montoya: «Mi fuerza y mi luz se llaman Dios»
Entrevistamos a la bailaora de Triana, que será homenajeada en Fibes el día 5 de diciembre, y repasamos el disco de Javier Patino y un recital de Curro Lucena
En tiempos de disputa no es sencillo encontrar a personas que nos pongan a todos de acuerdo. Solo por eso, Carmelilla Montoya es especial . Su forma aniñada de derramar las palabras, su gesto alegre incluso cuando por sus venas solo palpita el dolor y esa forma tan cercana de agradecer a la vida y a sus compañeros el amor recibido es absolutamente contagiosa.
Enumerar a los artistas que le han cantado y bailado durante su trayectoria es tan complejo como trasladar hasta estas líneas todos los que el 5 de diciembre le van a rendir homenaje en Fibes, ya que se retira de los escenarios a sus 57 años de edad. Si piensan en una figura destacada del flamenco, seguramente esté en el cartel para brindarle un jaleo cargado de cariño a la bailaora de Triana. Todos han dicho lo mismo: «Por Carmelilla, voy».
Apenas había cumplido los 15 años cuando le dieron el Premio Nacional de Baile de la Cátedra de Flamencología de Jerez. «Y eso que ni me presenté», aclara. «Triunfé una semana antes en la plaza de toros y me llamaron para comunicármelo». Hija de artistas y miembro de una de las familias más poderosas y fecundas en el terreno de lo jondo, «ya jugaba de pequeña con el baile. Mi primer telón fue las cortinas de mi casa» . Por ello, en su adolescencia ya llevaba una década de braceos y de patás.
Más tarde, La Paquera le arrimó su garganta, Camarón le pidió ante la cámara que se pusiese al centro de un corro y El Chocolate , «que mira que él no era mucho de cantar para baile», hacía frecuentemente excepciones con ella. A ver quién le dice que no a la verdad tan frágil que desprende.
Los «ojalá» se le acumulan en la lengua, porque desea volver a los escenarios que ya contempla con añoranza, regresar a las academias, a su barrio y, en definitiva, «a toda esa normalidad que hasta hace muy poco me ha acompañado». Está bailando con un pañuelo rosa la seguirilla más difícil de su carrera . ¿Quién le ayuda? Pues «mi fuerza y mi luz, que se llaman Dios» .
Para hablar hace exactamente lo mismo que para actuar, se quita el corazón y lo pone encima de la mesa. Es puro nervio. Aunque no llega a trastabillar del todo, se asoma a un borde afilado y misterioso hasta dar con aquello que ansía. Tiene una explicación: «Nunca he estado tan intranquila como estas semanas por las ganas que tengo de que llegue el día 5 de diciembre y por lo complacida que estoy de que esa gente a la que admiro vaya a asistir por mí. ¿Has visto el programa? Creo que va a ser histórico» .
Tiene los ojos húmedos y la frente iluminada. En realidad, la única diferencia que hay entre la niña que se arrancó a bailar en la serie «Rito y Geografía del Cante» y la mujer que tenemos enfrente es que la de ahora tiene muchas más ganas de vivir .
«Deja que te lleve», de Javier Patino: Río de
gracia, mano en flor
Javier Patino tiene algo que no se estila demasiado: una guitarra que cuenta cosas . Aunque es de Jerez, no sigue la línea estética en la que se encuentran muchos de sus paisanos. Es distinto y me declaro seguidor de sus diferencias. «Deja que te lleve» es un álbum para escuchar de corrido, pues sus toques parecen pertenecer a una misma composición que pasa por distintos cursos . Río de gracia, mano en flor. Todo esta conectado y se consigue una unidad musical que tiene sentido de principio a fin.
«A dos y tangos» es un interesante conversación con la percusión donde el jerezano va en busca de un sonido profundo arañando las cuerdas más bajas. También nos muestra aires libres, unos tanguillos de Pepe Marchena con la colaboración de Gema Caballero y seguirillas, pero lo que convierte a este trabajo en una pieza definitiva es la bulería «Jerez» . Ha reunido en este corte la esencia de un gitano que se va y la de otro que vuelve. Salmonete regresa a los estudios y Fernando de la Morena , quien falleció hace unos meses, derrama infinidad postrera a través de una letra con sabor a despedida: «la sombra que tú traías/no quiso saber de ti/ y se vino con la mía». Creador de un estilo inconfundible, registra aquí su último castillo del tres por cuatro.
«Deja que te lleve», por todo ello, es el «ven y sígueme» de un concertista . Un viaje íntimo en el que descubrir los entresijos de un autor desconocido que solo sabe defenserse con su instrumento apoyado en una pierna. No es genial, sino radicalmente honesto.
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