Flamenco SinCejilla

El cante flamenco y sus vastos paisajes de interior

Luis de la Pica, El Torta y Lole Manuel son algunos de los artistas que crearon universos ideales para esquivar los días más grises

El cantaor jerezano Luis de la Pica Carlos Fernández

Luis Ybarra Ramírez

La música que se crea y que nosotros recibimos surge por evasión o por similitud. Como hicieron los pintores impresionistas del XIX en sus lienzos, hay artistas flamencos que han esquivado con talento la realidad construyendo universos paralelos de paisajes y letras. Una vía de escape alternativa para incorporar los haces de luces que solo existen en el pensamiento, pues las caricias soñadas son las mejores y los escenarios oníricos hay que inventarlos. Desde ese prisma que busca la belleza extrema en la naturalidad sencilla de las cosas ideales cimentaron sus obras El Torta, Luis de la Pica y, por ejemplo, Lole y Manuel, catedrales que sirven de compañía cuando lo que nos rodea duele.

Juan Moneo Lara murió con un rayo incesante de Miguel Hernández, poeta al que admiraba, bajo el pecho. Sin embargo, El Torta más imperfecto y sublime es el que se enfrenta a sus miedos en «Heroína», pero se pierde en casi todo lo demás: barcas que navegan calladas para que no las advierta la luna, abrazos trasnochados , soles que bostezan entre viñas. Un universo, en realidad, irreal, hecho a la medida exacta de su imaginación y de su forma de sentir. El debate que se llevó hasta el final de sus días entre lo que era la vida y lo que le gustaría que fuese.

Algo similar le sucede a Luis de la Pica , menos conocido quizá fuera de los lares de lo jondo, pero igualmente genuino. Gitano cabal de barbas pobladas que hacía popular lo culto y que a compás de bulerías y tangos remó hacia su propio mundo sin llegar jamás a alcanzarlo por completo. Bohemios los dos, dieron con una fórmula adecuada para retratar sus fantasías. «Eres de la mar y te llamas ola», entrañas hechas tiras, albas blancas, claveles de fuego, nombres de mujer con sabor a canela, amigos de las nubes y un etcétera con tendencia a infinito de estampas que pudiendo ser cotidianas no lo eran. Y que encerraban, además, emociones complejas y mucho más profundas de lo que a priori puedan parecer. Acuda, si quiere descubrirlo, al álbum de «Juncales de Jerez» o a sus actuaciones en directo.

Por último, Lole y Manuel , junto a las composiciones que Juan Manuel Flores a veces olvidaba por ahí escritas en cualquier papelillo suelto, también forman parte y ocupan, de hecho, un lugar central en este flamenco evasivo que contempla, filtra y ofrece unos frutos diferentes a los cosechados. Sus explosiones más coloridas apuntan al cielo y solo florecen cuando la situación lo permite y eso que llaman el duende les facilita la entrada en trance. Montañas que se imantan a las estrellas, matas de romero que se huelen con el cuerpo, mariposas en parterres lejanos. Una gracia, en definitiva, elevada y encriptada en palabras brujas que parten de la licencia para idear.

«Así lo siento», de Rafael Cortés: a la estela de los mejores

Lo más difícil que un artista puede lograr es lo que este álbum de Rafael Cortés nos permite poner en tela de juicio: una personalidad arrolladora, no estar a la estela de nada ni de nadie. Puestos a perseguir sombras, ninguna mejor que la que él busca, la de Paco de Lucía (¿quién no está influenciado por el mismo?), a la que le incorpora el misterio oriental de los característicos aires granadinos que mantiene incluso quien ha nacido en Alemania. La tierra también suena y llama a la sangre.

Tiene más referencias, para su enriquecimiento, y le toca despacio por soleá al «capitán» Luis Vargas con ciertos alardes de virtuosismo, a Manzanita y, en cierto modo, al Niño Miguel. Su vals, eso sí, presenta variaciones. La técnica en todo momento es perfecta y ya ha cautivado con ella a millones de seguidores que han visualizado sus vídeos en Internet. Millones, sí. Su amplio sentido rítmico, la brillantez de las cuerdas y la expresividad que jamás abandona hacen que su toque sea interesante y hermoso, capacitado para los retos más verticales.

Cositas propias por aquí, aunque no demasiadas, Vicente Amigo por allá, unos coros que no estorban y una producción de altura para disfrutar de sus composiciones. No nos toparemos con nada radicalmente novedoso en sus alegrías, bulerías ni en ningún otro palo que interprete, pues homenajea en cada arpegio a la cumbre del toque contemporáneo. No es una evolución, ni creo que lo pretenda ser, sino un abrazo a los mejores con el que deleitarnos de nuevo.

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