CRÍTICA DE MÚSICA
Bruckner rejuvenecido
La Orquesta Joven de Andalucía brilla en el concierto de Pascua celebrado este lunes en el Maestranza
La Orquesta Joven de Andalucía vuelve al Teatro de la Maestranza con su concierto de Pascua
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Año tras año, debemos agradecer a la Orquesta Joven de Andalucía que siga siendo el punto de encuentro de nuestros jóvenes músicos más avezados, los que siguen buscando la excelencia pese a nuestro deteriorado modelo educativo. También le agradecemos que nos proponga directores interesantes, como Heras-Casado , el director español (granadino) de mayor proyección internacional que, a dos años del anterior concierto de la OJA (y a cuatro meses del de la Fundación Barenboim-Said ), sigue sin dirigir la ROSS -ni se le espera-; o como el titular de la Orquesta de Córdoba, el madrileño Carlos Domínguez-Nieto . También que nos proponga programas 'novedosos': hace 12 años que no se tocaba Bruckner en Sevilla , lo que debiera sonrojar, ya que es uno de los sinfonistas de mayor calado en el panorama orquestal de cualquier gran auditorio. Es verdad que los responsables de la OJA suelen buscar entre los autores del posromanticismo, por la necesidad de que una gran orquesta cobije a la mayor cantidad de músicos posibles, que además otorgue brillo a la misma y que demuestre la altura musical de los jóvenes ante sinfonías que suelen ser de compleja realización. Este año por lo menos tanto esfuerzo lo han podido disfrutar tanto nuestro querido Villamarta jerezano y el Maestranza , pero seguimos requiriendo que alcanzase a cuantas provincias andaluzas tengan un teatro.
El rejuvenecimiento de Bruckner al que nos referimos no es sólo por la aludida lozanía de los intérpretes, sino por la lectura vitalista del director ante una obra que han sublimado las grandes batutas del siglo XX (Jochun , Celibidache , Haitink …) al final de sus respectivas carreras. La razón de este hecho quizá sea una exégesis que aúne la combinación de la 'enérgica voluntad de vivir' de los movimientos extremos con la reflexiva, pausada y fatalista lectura de su famosísimo 'Adagio', una 'marcha fúnebre' según el mismo compositor, y que aquí fue leída con el mismo ímpetu que los demás movimientos. Tal vez -sólo tal vez-, y vista la escasa asistencia de público (si no contamos los familiares de los chavales) y dada la extensión y complejidad de la obra, este 'impulso' añadido otorgó un mayor atractivo a este público, frente a una estricta lectura luctuosa, noble y profunda del sublime 'Adagio'.
Porque en lo demás, podemos hablar de una interpretación prodigiosa . Sentimos la ausencia de aquellos que se dicen melómanos y dejan pasar una oportunidad de oír a nuestros futuros músicos en una interpretación de este calado. Carlos Domínguez-Nieto dirigió de memoria , y lo que en principio podría parecer un gesto aparentemente tan costoso -embaularse una difícil partitura orquestal de hora y diez de duración- como inútil -si sólo es para presumir de memoria- se convirtió en un plus, ya que permitió al director conservar el control absoluto , muy atento y minucioso sobre cada uno de los aspectos que concurrían en la sinfonía y en el estilo de su autor.
En primer lugar, en la claridad de las texturas: en una dirección de medio pelo no hubieran tardado más de unos cuantos compases en enredarse los diferentes hilos que trenzan la textura de la sinfonía; y sin embargo el madrileño fue entresacando cada uno de ellos para que no nos enmarañásemos como un gato con un ovillo, señalando al detalle los juegos imitativos entre secciones, las alternancias de pregunta y respuesta o las entradas de los instrumentos a veces con pocos compases de diferencia.
Luego, destacó uno de las fuerzas motrices de las sinfonías bruckneriana, las ondulaciones que forman los sucesivos clímax y anticlímax, elementos no derivados de las melodías, armonías o texturas, sino que funcionan como factores estructurales que sostienen el dinamismo de la obra.
Vinculados a ellos debemos señalar la presencia coral de los metales. Bruckner fue un grandísimo organista y sabía del efecto acórdico de los registros 'metálicos' y, así, los llevó a la sinfonía, que los chavales plasmaron con una perfección de profesionales: era de ver las 4 trompetas, los 4 trombones, las tubas (wagnerianas o no) en perfecto equilibrio a veces o emergentes en otras, que auparon una y otra vez esos clímax. De igual forma, Bruckner hereda de Bach su uso de las notas pedal (aquellas sostenidas durante mucho tiempo en registro grave -timbales, contrabajos-, que soportan muy variadas armonías y que contribuyen a sublimar aún más la majestuosidad de los finales): ahí estuvieron cerrando brillantemente (las codas) de los movimientos extremos de la obra. También respecto a estos momentos cenitales se plantea siempre un golpe de platillo en el clímax más notorio del 'Adagio', que está presente o ausente de las distintas ediciones de la partitura. La duda surge porque el compositor adosó un papel a la partitura diciendo 'no vale'; y si no valía ¿por qué no lo borró, arrancó o reescribió? Pues porque, una vez más, no estaba seguro, y más parece que su significado sea dejarlo al arbitrio del director, porque es que casi lo pide el momento, al alcanzar en ese punto una de las cotas más altas de todos los demás clímax. Así lo entendió Domínguez-Nieto, y así lo oímos.
Previamente, el director había interpretado el 'Adagio' de Barber , dedicado a las víctimas de Ucrania . Creemos que con la referencia hablada y la dedicación de la obra entera o simplemente el 'Adagio' de la 'Sinfonía' hubiera sido suficiente, por su expreso carácter fúnebre, pues su final está escrito tras conocer Bruckner la muerte de su admirado Wagner: en una obra como esta, cualquier otra música nos parece que sobra. Aunque el público que no llegó a asistir fue la verdadera nota luctuosa .
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