CRÍTICA DE MÚSICA
Un Brahms nuevo, leve y transparente
Axelrod afrontó las dos obras del compositor rebajando su robustez, en versiones que primaron la levedad y luminosidad
Dado que John Axelrod , director artístico y consejero delegado de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla (ROSS), ha programado a Brahms para esta temporada cuatro veces (la presente y sus tres restantes Sinfonías), nos podemos hacer a la idea de que la concepción que el director texano tiene del compositor de Hamburgo se repetirá.
Una concepción, en verdad, no muy «ortodoxa» , poco frecuente en la tradición directorial brahmsiana, que se ha atenido casi unánimemente a lo que se considera su cualidad esencial: la coexistencia de ligereza y robustez , que le añaden, ciertamente, dificultad interpretativa y auditiva, pero también una peculiar grandeza arquitectónica .
Axelrod mata dos pájaros de un tiro: pone de manifiesto su originalidad, y consigue, rebajando grandemente la «robustez» (hay quien la considera «pesantez» y excesiva densidad), facilitar al oído de los espectadores una versión en la que prima la levedad y luminosidad . Vale, ¿pero ese es el auténtico Brahms, rebajado en su dramatismo y agonía? No hay duda de que al público le gustó este enfoque ; mas ahí queda la duda.
El «Concierto para violín y violoncelo, Op. 102», la única obra concertante de relevancia de toda la historia de la música con esos dos instrumentos solistas, tan difíciles de emparejar ( Clara Schumann llegó a decir: «No me parece buena idea juntar el violín y el violoncelo... No creo que este trabajo, tan poco brillante, pueda tener futuro»), fue resuelta admirablemente a causa de dos factores: la complicidad y calidad de Suwanai (Tokio, 1972) y Müller-Schott (Munich, 1976), con sus extraordinarios instrumentos de época (como «bis» nos regalaron la introducción de la «Sonata para violín y cello» de Ravel , escrita en memoria de Debussy ); y el aligeramiento del acompañamiento orquestal, ya mencionado.
En la segunda parte, la «Sinfonía nº 1, Op. 68» , de larga gestación (11 años de esfuerzo y dudas, siempre bajo la sombra del sinfonismo de Beethoven) el director siguió imprimiendo el estilo agradable y transparente que hemos señalado. No hay duda que se lo tiene muy bien pensado: para empezar, dirigió la Sinfonía de memoria, sin partitura ; y luego están sus grabaciones de Brahms. Empeño absolutamente respetable e interesante, que a muchos les parecerá excelente.
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