Flamenco Sincejilla
La Bienal del silencio, análisis artístico del festival
Aciertos y desatinos, presencias y ausencias, momentos desechables y para el recuerdo, incorporaciones y mentiras
![José Valencia, uno de los triunfadores de esta edición, en el Lope de Vega](https://s1.abcstatics.com/media/cultura/2020/10/09/s/jose-valencia-kpsH--1248x698@abc.jpg)
Ha habido aciertos: su celebración, tan elogiable y a pesar de lo evidente, la presencia de una nueva generación que encierra cosas que contar y la eclosión de Bécquer como un poeta recurrente para el repertorio flamenco. Es decir, esto está vivo y hay que cuidarlo con mayor mimo, porque también ha habido peligrosos desatinos: diez espectáculos de cante en una programación con 52 citas . Guitarristas de larga trayectoria en concierto, ninguno. Músicos de más de cincuenta años, muy pocos. Máximas figuras, escasas. Oportunidades para jóvenes promesas, demasiadas, tantas que resulta imposible que salgan todos de una vez sin tropezarse.
Y no solo pongo el dedo en las ausencias más sonadas, con las que podríamos ocupar esta página, sino en esa falta de ingenuidad sobre el escenario. El Hotel Triana desapareció del cartel y con él las noches de esos tipos en peligro de extinción que desde el Polígono Sur y las gitanerías de Málaga, Jerez, Lebrija, Utrera o Cádiz acostumbraban a mostrar su cultura en forma de hábito. Arte en la cercanía de la familia. Flamenco con faltitas, sin una mueca de impostura. Pilar herido de gravedad que hemos de proteger desde las instituciones, pues aún existe y es de lo poco que nos diferencia. He añorado también los encuentros fortuitos e imborrables.
Es esta la Bienal del silencio por dos motivos: las distancias, las mascarillas y los medios aforos causan un frío insoportable, a lo que se suma la escasez de figuras programadas con el suficiente carisma como para revertir la situación. No se podía hacer otra cosa más que cumplir, ejemplarmente, con todo lo necesario para evitar los rebrotes, pero la evidencia de que a través de la técnica no se aporta calor se ha hecho notable. Daniel Casares asombra y gusta; Caracafé o Manolo Franco, por no mencionar a Vicente Amigo, montan el lío. Qué silencios tan incómodos. Qué pocos oles . Qué apatía. Por otro lado, se han incorporado muchos instrumentos más allá de la guitarra: el arpa, los vientos, que ya tenían su espacio, el piano de la forma más contundente y de nuevo la violadagamba. Ha desembarcado la moda del sonido urbano y las remezclas, que son eso: modas que todavía se han de asentar y que por eso han pasado por la ciudad en agosto sin hacer mucho ruido, con Sevilla mirando al mar. Más silencio.
Pedro Ricardo Miño echándose la vida a las teclas, José Valencia entrando en los versos del de San Lorenzo por los tercios del Marrurro, Patricia Guerrero hecha columna salomónica en San Luis de los Franceses con Fahmi Alqhai arañando con crueldad los siglos, Andrés Marín en una entrada de taquillazo de Hollywood, El Pele y El Granaíno muriendo, Dani de Morón imponiendo un sello en el diapasón. Todo lo salva esta memoria selectiva de destellos que me hace ya pensar en la siguiente edición.
Abrir el archivo de la Bienal
La marca digital de la Bienal debe estar a la altura de lo que merece, y el festival tiene en su poder lo que muy pocos: un vasto archivo que está desaprovechado . Todos sus espectáculos, a excepción de los del Maestranza, se graban, pero la mayor parte del contenido queda encerrado en un cajón. No resulta sencillo, por los derechos de autor, abrir ese registro donde podríamos encontrar desde un Enrique Morente presentando «Omega» en el Lope de Vega a unos recientes Pedro El Granaíno o Andrés Marín, tan de actualidad, que la afición desea exprimir. Y es que incluso las siete obras que se retransmitieron en «streaming» dejaron de estar disponibles para el público cuando terminaron. Hablo de abrir una puerta permanente a ellas. Quiero acceso a ese universo efímero que podría no serlo variando las cláusulas de los contratos. Quiero pagar por ello , si hace falta. Que se utilice todo ese contenido, armado alrededor de cuarenta años, para posicionarse. Que empleen su recorrido como un valor diferencial. Lo de ausencia digital ya es un epíteto. Ausencia, simplemente.
«La voz de mi guitarra», de Caracafé: te he echado de menos
![La Bienal del silencio, análisis artístico del festival](https://s3.abcstatics.com/media/cultura/2020/10/09/s/caracafe-kBm--220x220@abc.jpg)
Poseía todos los mimbres para firmar una noche grande en la Bienal, y p odría haber tenido presencia . Este es el toque oscuro que a mí me ha faltado estos días. La portada, de Pepe Yáñez, me arrastra a un tiempo que no viví: aquel en que la música se vendía en acetato y quedaba un cartón con espacio suficiente para alcanzar una estética poderosa. Caracafé se toca el taranto con el aúrea del Torre en las cuerdas y se canta a sí mismo la cartagenera de Chacón. Dos mundos que se consumen en la ceniza de sus dedos gastoreños. Todo cruje natutal y austero. Sumamente negro. Carbón, café sin moler, amargura.
Su seguirilla suena a camino con los cascabeles exhaustos cuando Jesús Méndez le lanza por detrás un bramido de Lacherna sobre los pies de Israel Galván . Todo luce absolutamente incorrecto: los arreglos, los gañafones, que me parten, los silencios. Eso debe ser lo que me atrae: lo que escasea. Una genialidad callejera resuelta en esa cuarta sevillana donde algo pasa, no sé el qué, que causa impacto. Su carácter sorpresivo, esa indefinición que acecha de puntillas para golpearte donde más duele. Con Árcangel por fandangos. Con Remedios Amaya en unos tangos de corro y revuelo. Con El Vareta una bulería de escalera con un fandango camaronero de por medio. Es novedoso por arcaico. Descontextualizado entre tanta superficialidad. Su cuento untuoso por bulerías, la versión de «Soy gitano», la copla por los trastes, su soleá quieta en una habitación... Yo me he tragado muchos oles y al fin me he desprendido de unos cuantos. Lo echaba de menos.
Noticias relacionadas