Bienal de Flamenco
Bienal de Sevilla 2020: Ravel, Debussy y Stravinsky, a compás
Fernando Romero estrenó «Diálogos del tiempo. Paisajes» en el Teatro Central
El 22 de diciembre de 1894 tuvo lugar en París el estreno de la obra de Claude Debussy, «Prélude à l’après-midi d’un faune» , bajo la dirección de Gustave Doret. La composición estaba inspirada por el poema del mismo título de Stéphane Mallarmé. Y así, de esta forma, con la voz de Miguel Ortega desgranando los versos del poeta francés, dió comienzo la obra «Diálogos del tiempo. Paisajes» del bailaor Fernando Romero, en el teatro Central.
Hace tiempo que Romero, forjado en los mimbres flamencos con maestros como Manolo Marín, Mario Maya, José Granero o Güito, entre otros muchos, decidió que necesitaba buscar otras músicas para expresar su sentir flamenco, que es mucho y sabio.
A lo largo de la historia, grandes ballets han escogido la música de compositores legendarios para sus creaciones. Baste citar a Les Ballets Russes de Diaghilev que eligieron a Manuel de Falla para estrenar en Londres en 1919 «El sombrero de Tres picos»; Antonia Mercé «La Argentina» , que hizo lo propio con «El amor Brujo» en París en 1925. Dos compañías muy distintas y un mismo compositor.
Romero se preguntó que si había bailado a Falla o a Albéniz, porqué no podría hacerlo con Ravel, Stransvinsky y Debussy, y de esta forma surgió la obra que ha presentado en esta Bienal, y que reúne a tres grandes músicos que iniciaron nuevos caminos en el horizonte de la historia de la música.
Volvamos a la escena. En el foso inusual del teatro Central dos pianos de cola y dos espacios para la percusión. La música en directo de Ensemble de Percusión «Musica Viva» , va a ser algo fundamental en esta obra.
Tres elementos de cristal están situados geométricamente. La luz se refleja en ellos elaborando curiosas composiciones. Surge con voz potente y a veces en eco, Miguel Ortega, y recita por flamenco a Mallarmé. Suenan los primeros compases de «Preludio para la siesta de un fauno» y Fernando Romero inicia un viaje por entre las sinuosas notas de la marimba y el piano que recorre con magia una partitura universal.
Hace Romero un derroche en el desarrollo de sus gestos en brazos y manos recorriendo el escenario, mientras el diseño de luces de Guillermo Suero, que juega en esta obra un papel fundamental, va cambiando sus gestos a modo de reflejos de luz.
Mete los pies Romero, y lo hace bien, es uno de sus fuertes, no en vano lleva a gala ser alumno aventajado de Manolo Marín. La música en directa en un plus, como siempre. Escuchar en este formato la obra de Debussy es una creación en cada versión . Muy valiente Fernando Romero por elegir hacer el esfuerzo de ofrecer una partitura tan delicada con músicos en directo.
Danza con gusto, con colocación, con flamencura, metiendo los pies donde se debe, sin hacer inusitadas concesiones a la percusión , sino más bien pasando por encima de ella. Al final sus brazos y manos recuerdan a los de Nijinsky en aquellas pinturas que hiciera Leo Baskt del estreno de esta obra centenaria.
Se retira Romero y sale al escenario Rafael Campallo . El trianero hace un sólo de zapateado, con las maneras que le caracteriza, y a modo de relato histórico, Miguel Ortega interpreta, acompañándose de la guitarra, el Bolero de Algodre , en claro guiño a la inspiración española de Ravel a la hora de componer su Bolero que llega a continuación de este inicio tan folklórico y hermoso.
La cadencia del tambor comienza los compases del conocido Bolero. Si Maurice Béjart introdujo a Jorge Domm en un círculo, Rafael Campallo está en un cuadrado iluminado. Comienza su baile con desplantes, con remates, a su forma, no hay Bolero más hermoso que éste cuando ha paseado por la calle Fabié de la mano de Campallo.
Baile recio, zapateando con exquisitez, con musicalidad, y en solitario hasta que vuelva a salir Fernando Romero y aquello se convierte en un paso a dos, una réplica que van dándose de uno a otro sin descanso.
Y llegó «La Consagración de la Primavera» de Stravinsky , una pieza de 35 minutos ue se ha reservado sólo Fernando Romero, y que en la música tiene el mérito de conservar toda la percusión original de la partitura de Stravinsky, además de los dos pianos. La obra fue una producción con la que se inauguró el pasado Festival de Música de Cádiz.
Cinco haces de luz dividen el escenario y el bailaor va de uno a otro. Al principio sólo se ven sus manos, pero finalmente sus pies empiezan a arrebatar las notas del piano para conformar un zapateado que parece no tiene fin, y que acompaña de remates muy contemporáneos, sobre todo en el epílogo de la partitura . Un baile espectacular, muy difícil de ejecución, y sobre todo rico en coreografía de gestos, desplazamientos y giros. Si la pieza experimentó en la tonalidad, métrica, ritmo, acentuación y disonancia, Romero hace lo propio en su baile para que nada quede desparejado.
Una noche de partituras históricas, músicos clásicos, y dos buenos bailaores del flamenco más actual.
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